sábado, 25 de junio de 2016

El día D

El día de la última sesión declaratoria del Brigadier Herrera, cuando me recuperé del desmayo que había padecido, intercambiamos teléfonos y correos con Ricardo Bogado. Permanecería durante unos días más en Buenos Aires, antes de regresar a Ciudad del Este, y quería hablar conmigo sobre algunos asuntos que (según me comentó una vez que le conté sobre mi proyecto de escribir un libro acerca del caso) me podían ser útiles para mi investigación. “¡De paso aprovechamos y si te sentís mejor, nos tomamos una birra bien fría!”, me dijo cuando me despidió en la puerta del Juzgado hasta donde me acompañó a tomar un taxi. Creo que yo le dije que sí, que estaría bueno, pero no lo puedo precisar porque todavía estaba un poco mareado y no recuerdo bien lo que pasó; luego me subí a un taxi y me fui a dormir; necesitaba una ducha y descansar.
Al día siguiente me escribió un mensaje diciéndome que me esperaba en el pasaje La Nave y Emilio Mitre a las seis de la tarde. Ahora que lo pienso bien y después de escuchar y aprenderme el tema de Rebelión, me siento como algunos adolescentes, identificado con la historia de una canción. ¿No es asombrosa la coincidencia? Bogado no estaba, lo estuve esperando durante una hora y no apareció.
Mientras lo esperaba y ya comenzaba a impacientarme, alcé la vista y vi el crepúsculo. Estaba anocheciendo en la ciudad, era un ocaso lento de verano. Había algunas nubes, de esas bien esponjosas, que se transparentan con el sol de fondo y parece que se encendieran en el centro. Reconocí la figura de un Titán en una de ellas: la barba cerrada y bien abultada; los cabellos ensortijados; los pómulos prominentes; los ojos grandes y hundidos; la nariz ancha, los músculos, de acero tallado, perfectamente desarrollados y siempre contraídos.
“Los héroes siempre están en movimiento”, pensaba cuando bajé la vista y vi a un hombre que me observaba detenidamente, desde la vereda de enfrente. “¿Y éste, qué onda?”, me pregunté. Era gigante, medía como dos metros, creo que su apariencia me asustó un poco. Recordé que había un despacho de bebidas, pizza y empanadas en Puán y Pedro Goyena y comencé a caminar en esa dirección. Por suerte, el tipo no me siguió, cada tres pasos miraba hacia atrás para chequear que no lo estuviera haciendo. Llegué, pedí una cerveza bien fría y me senté en una de las dos mesitas que había en la puerta.

—¿Usted estaba en La Nave esperando a Bogado? —dijo una voz aguda a mis espaldas. Me di vuelta y era el grandote. Me sorprendió mucho escucharlo, porque la voz aguda y chillona no coincidía para nada con su físico descomunal.  

—Sí —le respondí, sobresaltado—, ¿por qué?

—Tranquilo, no le voy a hacer daño. Sé que a veces las personas se asustan por mi apariencia, pero soy un tipo pacifico —me dijo muy amable—. Ricardo se disculpa por no haber podido llegar a tiempo a la cita, pero me dio algo para usted —y me extendió un sobre tamaño oficio.

—Gracias —le dije y no pude evitar avergonzarme por mi actitud anterior—, y discúlpeme por pensar que usted me agrediría sólo porque es… grandote, lo que pasa que en ocasiones hay que tener cuidado, la ciudad es peligrosa.

—Está bien, no tiene por qué darme tantas explicaciones. Dice que es la información que le había prometido, sobre la que estuvieron hablando el otro día, en la puerta del Juzgado…

—Ahora es usted el que me da explicaciones —le dije sonriendo—. Ya me imagino sobre qué se trata. ¡Muchas gracias! Mándele mis saludos a Ricardo Bogado, y en caso de que lo vea hoy, dígale que voy a intentar llamarlo por teléfono a la noche…

—Noooo… —me interrumpió de golpe—, me dijo también que no intente llamarlo ni comunicarse con él. Usted deberá esperar a que Ricardo lo haga. Pronto, antes de lo que usted imagina, tendrá noticias de nuestro amigo en común; pero, por favor, por nada del mundo intente llamarlo o encontrarse con él, ¿me entendió?

—No entiendo, pero creo que está bien. Perdón no lo invité, ¿quiere tomar un vaso de cerveza? —le dije cuando me percaté que hacía un rato que hablábamos y el grandote ni siquiera se había sentado, lo noté porque había comenzado a sentir un tirón insoportable en el cuello, de tanto mirar para arriba—; ya que no quiere cerveza, tome asiento al menos.

—No gracias, ya debo retirarme —concluyó—; ha sido un placer conocerlo —y me extendió la mano para saludarme—, hasta pronto.

El encuentro fue extraño y me inquietó, pero más me inquietaba saber qué era lo que contenía el sobre. No quise abrirlo en la calle, temía que la información fuera tan secreta que me comprometería de sólo ojearla en un lugar que no fuera seguro.
Entonces decidí marcharme; pagué la cerveza, dejé una propina, cosa que no acostumbro a hacer, pero no quería llamar la atención y sentí que no dejarla podría ser sospechoso. Intenté actuar con la mayor naturalidad posible, me levanté cuidadosamente y empecé a caminar por Puán, en dirección a Rivadavia.
De nuevo me asaltó la paranoia; igual que con el gigante amigo de Bogado, cada tres pasos miraba hacia atrás, para cerciorarme de que nadie me siguiera. No sé para qué lo hacía, si antes no me había dado resultado, ya que el gigante me siguió y yo no me di cuenta. Pero ahora era distinto, me parecía que todos los transeúntes me observaban. Para no toparme con nadie de frente, cruzaba la calle unos metros antes. Cuando cruzaba, aprovechaba a mirar hacía los dos lados y también, cuando me detenía en un semáforo, lo hacía de costado para tener todos los flancos alertas.
Finalmente llegué hasta la boca del subte. Bajé las escaleras a las corridas y atropellé sin querer, porque no la vi (ya no veía nada) a una mujer que intentaba subirlas. Arriba del vagón me sentí un poco más tranquilo, aunque cada tanto me sobresaltaba una mirada, un roce o la voz de alguien que me preguntaba: “¿Bajás en ésta?”, porque me había quedado junto a la puerta, obstruyendo el paso. “Por las dudas —pensaba—, para huir más rápido, en caso de que fuera necesario”.
“¿Qué habrá adentro?”, me preguntaba una y otra vez, con el sobre apretado contra el cuerpo. Era grueso y pesado, lo que delataba que contenía muchos papeles. ¿A qué se debía el misterio de Bogado?, ¿por qué no podía llamarlo o intentar encontrarlo? ¿Quién era Ricardo Bogado y qué sabía? Muchas preguntas y pocas respuestas.
Cuando bajé del subte, corrí hasta mi casa, llegué con la lengua afuera, no estaba acostumbrado al ejercicio. Abrí la puerta rapidísimo y me metí de un salto. “Listo, estoy a salvo”, me dije. Pero no fue así, porque sonó mi teléfono celular y me sobresalté mucho, como si no conociera mi ringtone; miré el número y no era de mis contactos. Intenté, antes de atender, ponerlo en modo de visor para ver la cara de mi interlocutor, pero él tenía la opción desactivada.

 —Hola, ¿quién habla?  —dije desconfiado.
                           
—¿Recibió el paquete? —me dijo una voz grave y ronca, como de ultratumba.

—Sí… —dije y me cortaron.

Una vez en mi casa, busqué mi cortapapeles y abrí el sobre con mucho cuidado, con temor a romper uno de los papeles que contenía. Lo primero que hallé y que me llamó la atención sobremanera, eran dos fotografías que mostraban dos detalles (con un superzoom) de una obra de Cándido López —creo que de la serie de la batalla de Curupaytí—, donde se puede ver a dos hombres: El primer detalle representa a un soldado del ejército argentino y el segundo a uno del ejército paraguayo. Lo raro del caso es que en los dos detalles se ven los mismos rostros, exactamente idénticos (nunca antes había pensado que si se le acerca una lupa a uno de esos hombrecitos se podían llegar a ver tantos pormenores). Pero lo más extraño de todo es que los dos soldados tienen, sorprendentemente, la cara del Crisóstomo que había visto hacía unos días retratado en un esténcil.
“¿Qué es esto?”, me pregunté. Cuando me percaté de ello, me incomodó un poco la risa que tenían dibujada los dos Crisóstomos. Por un momento temí cosas horribles, había algo en sus ojos sin iris, en las pequeñas pupilas, en sus gigantescos globos oculares, algo atávico que no puedo explicar; también en su postura no sé, una extraña forma de colocar los larguísimos brazos al costado del cuerpo.
Al principio creí que se trataba de una broma. “Cualquiera puede trucar una foto”, me dije; pero un tiempo después (dos días para ser más exactos) descubriría que las fotos no eran trucadas, cuando me dirigí al Museo Nacional de Bellas Artes con una buena lupa digital y conseguí —gracias a un contacto que tengo allí y que me debía un favor— examinar el lienzo con detenimiento.
De todos los datos que me pasó Bogado en el sobre, las fotos habían acaparado mi atención. No podía dejar de pensar en ellas. ¿Cómo podía ser cierto que Cándido López hubiera dibujado a ese ser, tan bien descripto por el Teniente Correa, en el siglo XIX? No era posible, de ninguna manera, salvo que Correa conociera los detalles del cuadro antes del Juicio. Esto era un acertijo que se negaba cada vez más a ser resuelto.                      
Cuando pensaba en las fotos y en el significado de los hombres mamboretá de Cándido López —no sé bien por qué— me llamaba poderosamente la atención la pérdida de su mano derecha por un casco de granada en la infame Guerra de la Triple Alianza y que luego, aprendiera a pintar con la izquierda.
El día que regresé de La Nave con el sobre, tenía un mensaje en mi casa. Era del editor del importante magazine internacional para el que había cubierto el Juicio. Me pedía, con urgencia, un artículo sobre lo acontecido; quería que hiciera un resumen sobre las seis sesiones testimoniales de los tripulantes de la Sojisticus. Una tarea para nada sencilla. Así que tuve que abandonar las fotos por un rato y ponerme a escribir. Gracias a los apuntes que me quedaron de aquel artículo, pude escribir la primera parte de mi libro.
Intentaba retomar la escritura del artículo, pero las fotos habían acaparado mi atención. Pensaba en ellas todo el tiempo, se convirtieron en una obsesión. Esas caras me rondaban la cabeza gran parte del tiempo; hasta en pesadillas se me aparecieron. No podía borrar los rostros de Crisóstomo que había pintado el manco, Cándido López, en su panorámico cuadro Después de la batalla de Curupaytí. Todavía —aunque debo admitir que cada vez con menos esperanza—, pienso en armar el rompecabezas.
No sé cómo se me ocurrió, en aquel momento, que así como López aprendió a pintar con la otra mano, con la sana; El General Paz se acostumbró a guerrear sólo con la izquierda. “Seguro que hay muchos hombres en nuestra Historia que cambiaron de mano”, me dije y abandoné mis cavilaciones, después de reírme un buen rato de mi ocurrencia.
Volví al artículo, ya era medianoche y sólo había escrito un simpático epígrafe y el titular[1]. Tomé valor y escribí, casi sin parar, durante toda la noche. Por la mañana temprano, arriesgué mi vida por cinco minutos y envié la nota por mail al editor. Recordé que me había informado que se publicaría en versión digital, pero sobre todo en papel, ya que —debido al rebrote de la pandemia de Gripe Troyana, la novedosa enfermedad que tenía la destacada particularidad de contagiar a seres humanos a través de Internet— se había vuelto a las grandes tiradas de periódicos, revistas y suplementos en formato papel.

Samanta me esperó en la puerta del Museo. Era la prima de Lorenzo, un compañero de la secundaria. La conocí porque quería publicar un artículo sobre pintura o algo así, entonces mi amigo me pidió si no podía darle una mano. Al principio me negué, pero como Lorenzo es muy insistente, me terminó por convencer. Recuerdo que por aquel entonces yo todavía vivía con Karina y, salvo excepciones, no miraba o coqueteaba con otras mujeres, por lo que no le presté demasiada atención.
 Cuando la vi no la reconocí, no la recordaba tan atractiva. Me dijo que ya había arreglado con el Director del Museo. “Podés inspeccionar la obra durante una hora; pero no te olvides que si escribís un artículo sobre ella, tenés que agradecerle al Director. Me lo pidió explícitamente…”, me decía y yo le respondía con una leve inclinación de cabeza, no podía dejar de mirarla. “¿Estás bien?”, me preguntó luego y le dije que sí. “Cualquier cosa que necesites saber sobre el cuadro, el autor o el Museo, preguntá por mí en informes”. Finalmente se despidió y me dejó solo en la sala. “Un día de estos puedo invitarla a salir”, pensé.
La sala estaba completamente vacía. Me acerqué a la tela con mucho cuidado y coloqué la lupa digital sobre ella. Primero hice un zoom sobre una zona amplia, y luego fui reduciéndolo por sectores menores. Entonces di con lo que buscaba: un soldado paraguayo despojaba de sus armas y pertenencias —como en una de las tantas escenas de la Ilíada: “…ojeó las hileras y vio en seguida al Atrida, que despojaba de la armadura a Euforbo, y a éste tendido en el suelo y vertiendo sangre por la herida…— a un moribundo; ahí estaba el primer rostro. Era nítido, con un buen zoom como el mío se podían observar con detalle los ojos sin iris, incrustados en las pequeñas pupilas, los desmesurados globos oculares y esa extraña forma de colocar los larguísimos brazos al costado del cuerpo. Había algo atávico en aquel soldado, algo que no puedo explicar con exactitud; simplemente era horrendo. Seguí buscando y por fin apareció el segundo rostro, estaba en otro sector y era idéntico al anterior, nada más que aparecía ahora en la cara de un prisionero capturado con vida, que marchaba junto a otros con su misma suerte, mientras varios fusiles les apuntaban.
En aquel lugar y en ese preciso momento, tomé la decisión de viajar a Ciudad del Este, tenía que hallar a Bogado lo antes posible. Desoiría las palabras del gigante, quería saber más sobre todo esto: ¿Qué significaba ese rostro?, ¿era de Crisóstomo?, ¿cómo llegaron a sus manos los documentos que me entregó?, etc.
  En el viaje de regreso a mi casa el colectivero escuchaba la radio, estaban pasando el tema de Rebelión. De nuevo cavilé sobre el Juicio, y recordé las palabras que refirió, en la tercera sesión, el Teniente Correa acerca del Brigadier y su excursión a los desiertos de Gándara: “Primero pensé en estacionar el vehículo de reconocimiento cerca de las rocas para dormir en él, pero luego lo medité un poco más y, como un homenaje al Coronel Mansilla, dormí a la intemperie, observando parte del cielo estrellado y cóncavo”.
Me parecía que Mansilla había estado en la misma guerra que Cándido López y no me equivocaba; cuando llegué a mi casa, hice una excursión por la biblioteca, donde estaban mis libros los que Karina quería que tirara o hiciera plata. Entre ellos hallé Una excursión a los indios ranqueles (herencia de mi abuelo Nicola) y lo corroboré: el Coronel había estado en aquella guerra infame. Sobre la batalla de Curupaytí decía en la página treinta y siete:

“Aquello era un infierno de fuego… De todas partes llovían balas. Y lo que completaba la grandeza de aquel cuadro solemne y terrible de sangre, era que estábamos como envueltos en un trueno prolongado… A los cinco minutos de estar mi batallón en el fuego sus pérdidas eran ya serias: muchos muertos y heridos yacían envueltos en su sangre, intrépidamente derramada por la bandera de la patria”.

Las palabras de Mansilla me recordaban bastante a las del Brigadier Gómez Herrera en el Juicio: su idolatría absurda por la bandera, el sacrificio honroso que significa perder la vida por la patria. En fin, esa singular y poco creíble forma patricia de relacionarse con lo nacional, que está siempre presente en los discursos militares, y en algunos civiles también.    
Estaba yendo demasiado lejos en mis cavilaciones. Todo me parecía una pista, una pieza del rompecabezas que me había propuesto armar. ¿Qué tenía que ver el Coronel Lucio Victorio Mansilla en todo esto?, todavía no lo sé. Tampoco sé qué tiene que ver un pintor del siglo XIX con la misión de la Sojisticus AR-1 a Marte. El único que podía responder a estas preguntas era a mi entender Ricardo Bogado. Tenía que encontrarlo con urgencia, pero antes iba a revisar todo el material que contenía el sobre, quizás allí podría encontrar otra pista.
De pronto, mientras reflexionaba profundamente sobre la historia argentina, las fotos, Bogado, me asaltó una imagen que creía olvidada: el culito de Samanta contoneándose por los pasillos del Museo. Cuando me despidió en la sala de arte argentino decimonónico y se marchó, no pude dejar de mirárselo, era fantástico. “¡Qué boludo que soy!”, me dije; porque ahí recién me percaté de que tal vez ella podría ayudarme con el significado que ocultan los rostros del cuadro. Estaba yendo demasiado lejos en mis meditaciones. Todo me parecía una pista, una pieza del rompecabezas que me había propuesto armar. ¿Qué tenía que ver Samanta con todo esto?  
Pensando en ella recordé cómo la conocí y entonces me pareció que sí tenía que ver, porque era una especialista en pintura argentina del siglo XIX. Un día, luego de intercambiar varios mails, Samanta pasó por la redacción de un suplemento cultural, para el que yo trabajaba como redactor en la sección literaria, a dejarme una versión en papel y otra digital de su texto. Esa fue la primera vez que la vi. Yo no le prometí nada, le dije que hablaría con el jefe de redacción y que le entregaría el artículo. Antes de entregárselo —claro—, lo leí atentamente para no recomendarle cualquier cosa a mi jefe. Me llevé una sorpresa, porque el texto de Samanta estaba muy bueno; aunque a mí no me importaba mucho el arte pictórico argentino, tengo que reconocer que lo que decía era interesante. Hablaba de La vuelta del malón de Ángel Della Valle y del contexto histórico en el que apareció la obra: pleno genocidio indígena. A la semana lo publicaron en la sección de plástica de la revista y Samanta pasó dos días después, a llevarme un presente.  




[1] “Crónicas extraterrestres. Terminó el Juicio a los sobrevivientes de la misión argentina a Marte y principales sospechosos de la desaparición del Dr. Carlos Gastaldi”. El artículo completo se puede leer en: http://www.efectodelay.blogspot.com/. 

jueves, 16 de junio de 2016

Cuadernos

Hoy
   
Todavía no se sabe nada de Carlos Gastaldi. Las historias e hipótesis sobre su desaparición no son verosímiles. Algunos integrantes de Organismos de Derechos Humanos, investigadores y periodistas dicen que se encontraron restos del Doctor en la composición del combustible que alimentaba el generador central de la nave, pero el Gobierno Nacional, cuando se lo interrogó sobre el hecho, dijo que era una probabilidad muy ínfima, ya que el combustible había sido consumido por completo en el generador y las pruebas fueron tomadas del sarro que se formó en sus paredes; con lo cual, era casi imposible que se pudiera encontrar algo de Gastaldi en esas muestras. Sí, era cierto, que se habían encontrado restos orgánicos en el sarro, pero estaban lejos de comprobar que se tratara de ADN humano. Parte de la opinión pública (me incluyo) todavía quiere saber la verdad.
 Desde hace algún tiempo, es vox populi que la Sojisticus AR-1 (mejor dicho, lo que quedó de ella, con toda la evidencia que contenía) fue enviada al Área 51. Dos días después del aterrizaje, el Estado argentino firmó un Decreto de necesidad y urgencia por el cual autorizaba a la INCOC a trasladar la nave, los trajes de los astronautas y todos los objetos que habían estado afectados a la misión —incluyendo el supuesto diario de Gastaldi y los potes de dulce de leche con el oro y la plata—, a los Estados Unidos (sin aclarar, hasta el día de la fecha, su paradero específico). ¿Qué hallaron en la nave que fue tan urgente su traslado? ¿Qué hay de verdad en los testimonios de Correa y Gómez Herrera? ¿Por qué nunca se publicaron los resultados de los estudios científicos realizados a la nave?
Respecto al tan ansiado veredicto —que se demoró más de un año en llegar—, el Tribunal absolvió, de culpa y cargo, al Teniente Correa y al Brigadier Gómez Herrera por falta de pruebas.
Correa se internó —según afirmaron él y algunos integrantes de su familia en varios Medios— por su propia voluntad, inmediatamente después del Juicio, en un reconocido neuropsiquiátrico de la Ciudad de Buenos Aires durante unos meses; dijo que tenía necesidad de descansar y aclarar algunas ideas. Aunque varias fuentes creen que lo hizo por presión del Tribunal y de la cúpula de la Fuerza Aérea, ya que había dicho cosas que involucraban los intereses del Gobierno Nacional y sobre todo de la INCOC. Ahora vive en una chacra que compró, con el dinero que cobró por la misión al espacio, cerca de la casa de sus padres en Santa Rita.   
Todo indica —porque no se ha dicho lo contrario y además la publicación de las Crónicas de Gándara en el Boletín Oficial parecen asegurarlo— que el Tribunal aceptó la versión que refirió el Brigadier Gómez Herrera: Gastaldi desapareció de la Sojisticus AR-1, pero se encuentra, sano y salvo, en otro tiempo y espacio.
El paradero y la suerte del Brigadier Gómez Herrera son confusos. Una vez que terminó el Juicio, sin esperar los resultados del fallo y sin que nadie se lo impidiera, tomó un vuelo a Los Ángeles. Hoy en día, se sospecha que todavía se encuentra en los Estados Unidos de Norteamérica; quizás en el Área 51, donde aparentemente trabaja con un grupo de científicos y profesionales de la INCOC en un proyecto clasificado que se conoce vulgarmente con el nombre de “I'll be back, Gándara”. Otros creemos que murió en un extraño episodio, cuando un grupo comando intentó secuestrarlo en el centro porteño. Todo lo demás sigue siendo un misterio.
Los abogados que representan a la esposa del Dr. Carlos Gastaldi han presentado el caso al Tribunal Internacional de Justicia y a la Corte Interamericana de Derechos Humanos (aunque aclararon que desconfiaban, sobre todo de la última, ya que no sería la primera vez que estos tribunales de la ex OEA ocultan información para beneficiar los intereses de Washington). Según anunciaron en la última conferencia de prensa, se sienten optimistas, con chances de poder comprobar que Gastaldi fue asesinado por un funcionario del Estado.
He iniciado una investigación, idea que surgió desde que me convocaron para cubrir el Juicio; o quizás un poco antes, cuando me enteré de que había aterrizado la Sojisticus AR-1 en el río Paraná. Aunque, con casi dos años de arduas indagaciones (que incluyen documentos de todo tipo: escritos, fotografías, videos, entrevistas, artículos periodísticos, etc.), todavía sigo sin poder escribir una sola hipótesis firme y algunas conclusiones sobre el caso. Hago esta tarea porque parte de la opinión pública todavía queremos saber la verdad.
Las referencias al caso inundan las calles. La semana pasada leí un graffiti que decía: “Se ha despertado lo que estaba desde hacía mucho tiempo dormido, un sentimiento revolucionario: ¿Dónde está el Dr. Carlos Gastaldi?”. Al lado de la frase habían grabado un esténcil muy bueno. Se trataba de la imagen de un ser extraño que vestía un traje espacial y un poncho y, aunque tenía rasgos antropomorfos, era una mezcla desopilante de mamboretá con mono.     
 
“…Te encontré por azar una tarde
en un pasaje ensoñado
 ese que se llama La Nave.

Me estabas esperando
para que yo te dijera: 
Hay que devolverle…
los Muertos a la Tierra.

Para que yo te dijera: 
Hay que devolverle…
los Muertos a la Tierra…”


Dice la letra de una canción de Rebelión que se escucha, últimamente y con asiduidad, en algunas radios. Se llama: “¿Qué te hemos hecho, Pacha Mama?”. El cuarteto estuvo la semana pasada en un programa de televisión donde tocaron unos temas de su nuevo disco y hablaron sobre las canciones. “¿Qué te hemos hecho, Pacha Mama? es el corte de difusión y está dedicado al extraño caso del desaparecido Dr. Gastaldi”, dijo el cantante, Toni Roberts, cuando les preguntaron qué había inspirado la letra. Después y con cierta obviedad, el conductor les preguntó por qué, si estaba dedicada a Gastaldi, se llamaba así. A lo que el guitarrista —creo que se llama Vito Manccini— respondió inteligente: “El título surgió porque respetamos los Derechos Humanos y sabemos que se cometió un crimen; pero también, no queríamos dejar de ser críticos con la actividad que desarrollaba el Dr. Gastaldi para beneficiar los intereses de la INCOC y del Estado Argentino. ¿No te parece que es una locura llevar tanto alimento a una misión espacial en Marte, mientras acá en la Tierra, millones de personas se cagan de hambre?”. El conductor se encogió de hombros como un pelotudo y anunció que comenzaban los comerciales.

miércoles, 8 de junio de 2016

Las crónicas de Gándara[1]


Día 1: Ya no estoy en la Sojisticus, no sé dónde me encuentro. Extraño a mi familia, es lo que más extraño de la Tierra, a mi mujer y a mis hijos. Siento, en mi fuero interno, que no saldré nunca de aquí. Es una tierra desconocida. Un planeta donde se puede respirar oxígeno como en la Tierra. Por suerte tengo conmigo, en uno de los bolsillos de mi traje, unas cápsulas de supersemillas y superembriones. Unos minutos antes de teletransportarme hasta aquí, había pasado por el laboratorio y no sé bien por qué, quizás por instinto, me guardé unas cápsulas. Aquí es la noche eterna, pero el paisaje está totalmente desértico, como si fuera en algún momento del día abrasado por un sol poderosísimo. Me encuentro en una inmensa quebrada que, por la erosión constante de los fuertes vientos, posee unos canales escindidos en las rocas; por ahora esta cueva me servirá de refugio. Tengo que encontrar un poco de agua dulce para que, en caso de no encontrar nada comestible, pueda activar las supercápsulas…

Día 45: Como aquí todo el tiempo es de noche, mido los días de acuerdo al sueño; tomo como referencia la escritura que realizo en este diario antes de dormirme; es decir, ya dormí en este páramo espacial 45 veces. Por suerte leí La vida e increíbles aventuras de Robinson Crusoe… y otros libros de aventuras que me ayudaron a sobrevivir en esta tierra hostil; me ha sido de gran utilidad recordarlos. Pero extraño a mi familia, es lo que más extraño de la Tierra, a mi mujer y a mis hijos. 
Hace una semana hallé una importante fuente de agua dulce a unos treinta kilómetros al este. He estado comiendo y bebiendo cardos y cactus; en ocasiones he cazado alguna alimaña: unas criaturas asustadizas y simpáticas, semejantes a una mulita, aunque con un caparazón de color rojo fosforescente. Ahora, con este río que encontré todo será distinto. Ya me mudé allí, cerca de la orilla, ¡no estoy más en las cavernas! Con el agua dulce y la humedad del suelo cercano al río, las supercápsulas no tardarán en dar sus frutos. Con suerte, en una semana obtendré buenos resultados. No me vendría mal una vaquita para hacer un asado…

Día 55: He observado importantes cantidades de minerales y metales preciosos que escasean en la Tierra. Creo que río abajo hay una selva espesa. Desde la cima de una sierra, observé a unos pocos kilómetros un sector de frondosa vegetación. Debo acercarme de a poco, por las dudas que me encuentre con vida inteligente o salvaje y letal.
Hoy terminé de construir mi campamento. Edifiqué una cabaña con una madera resistente, pero no lo puedo llamar hogar porque extraño demasiado el mío. Mi familia, es lo que más extraño de la Tierra, a mi mujer y a mis hijos. Si existiera el diablo, juro que le daría mi alma por volver a verlos, ni siquiera se la vendería, sólo le diría “Tomala, es tuya”.
Cerca de la orilla del río —al que llamo Río Plateado, por el color de sus aguas— encontré una especie de árboles (no puedo afirmar si son árboles, pero se les parecen bastante) de gran tamaño, gruesas y duras ramas.
Un poeta se haría un festín aquí, ¡poder nombrar por primera vez todas las cosas de un Mundo Nuevo y gigantesco!
El suelo es apto en nutrientes (minerales, salinidad y humedad) para la siembra y los animales que encontraron un buen lugar de pastoreo. Ya tengo dos vacas, un cerdo y tres gallinas, también soja, tomate y trigo. Me gustaría, como Robinson, tener la compañía de un Viernes, pero estoy completamente solo en este lugar. Tengo uno de los armadillos rojos como mascota; lo adopté hace unos días, cuando lo encontré atorado entre unas rocas...

Día 173: Ahora, descifro la noche, es cuando mi mascota Tatú —así la he bautizado— duerme. Se esconde debajo de la mesa y se mete adentro de su coraza. Cuando me percaté de su actitud, comencé a diferenciar tres cambios de estado del cielo:
1) Cristalino, de tonos azulados, todos los tonos del azul, hasta llegar al celeste, similar a nuestros cielos antes de la Gran Polución que se produjo dos años antes de nuestra partida. Creo que es el día.
2) De un gris plomizo, profundo y espeso; por momentos, entre el gris, se pueden observar unas pintitas amarillas. Creo que se trata del crepúsculo.
3) Bordó sangre, o borravino, cubierto de estrellas y satélites, como cuando es de noche en la Tierra.
Ayer vi una estrella fugaz e imaginé que era una nave que venía a recatarme, últimamente me pasa muy seguido. La semana pasada me atacaron unos animales bastante salvajes y de gran tamaño, es la primera vez que me topo con ellos, hasta ahora casi todos habían sido amigables conmigo. No hay rastros de vida inteligente en este Planeta. Extraño a mi familia, es lo que más extraño de la Tierra, a mi mujer y a mis hijos… 

Día 365: Un año. ¿Cuál habrá sido el destino de mis compañeros? He bautizado esta tierra con el nombre de Nueva Argentina y a este pequeñísimo páramo en el que me encuentro                  —porque el planeta es enorme, intuyo que sólo he recorrido un 0,01 por ciento de toda su superficie— Brigadier Álvaro Gómez de Herrera (la preposición “de” es porque suena más distinguido), por su honor y valentía.
Extraño a mi familia, es lo que más extraño de la Tierra, a mi mujer y a mis hijos. Ni siquiera tengo una fotografía de ellos, todas las que tenía quedaron en la Sojisticus. A veces temo olvidarme sus rostros. Todos los días dedico varias horas a recordarlos. Los he dibujado, encontré otra especie de árbol que tiene unas hojas muy grandes y que poseen una textura muy parecida a una tela de algodón; utilizo para pintarlos, como Séraphine de Senlis, colores que extraigo de plantas, animales y minerales.
Ya he clasificado y caracterizado biológicamente a más de setecientas especies de vegetales, incluyendo árboles, plantas y tubérculos; unas mil especies animales, incluyendo vertebrados e invertebrados (los clasifiqué así, porque zoológicamente no coinciden con los animales de la Tierra en casi nada); y unos cincuenta minerales, entre los que se encuentran el oro y la plata en grandes cantidades, aunque la mayoría de ellos tampoco coincide con los de la Tierra.
Un día me tropecé con un gigantesco glaciar de litio; tiene unos diez kilómetros de extensión. El suelo de litio es duro, posee una capa de gran espesor que no se rompe al pisarlo, he intentado fundirlo, pero no lo he logrado. Parece que se encuentra como petrificado, debe estar congelado desde hace millones de años.            
He construido un molino y un arado, además de las herramientas que necesité para hacerlos. Llegué a este puto lugar o Nueva Argentina hace un año y sin nada, absolutamente nada. Como decía mi abuela, “¡Vine con una mano atrás y otra adelante!”, pienso y me río a carcajadas. Ahora tengo un huerto, animales, una casa, etc. Pero ya estoy harto de mí, necesito hablar con alguien…   

Día 678: Cuando los vi llegar, no lo podía creer, al principio mientras ingresaban en la atmósfera, temí que no fueran humanos. Pero cuando distinguí el nombre de Sojisticus AR-2 y el escudo de la INCOC, me tranquilicé. Después de casi dos años de estar solo, podría volver a hablar con alguien y hasta volverme a la Tierra. Extraño a mi familia, es lo que más extraño, a mi mujer y a mis hijos.
Llegaron en tres naves, eran el triple más grande que la Sojisticus original. Traían de todo: un arsenal, equipos de medición atmosférica, comunicación, dos laboratorios de última generación, sondas espaciales y varios vehículos de reconocimiento (aéreo, terrestre y acuático), etc.
Muchos de la tripulación llegaron con fuertes dolores de cabeza, el brusco salto espacio-temporal los ha alterado física y emocionalmente. Por suerte, yo había encontrado una planta similar al tabaco, pero con efectos narcóticos, semejantes a los que produce el Cannabis Sativa. Es un buen calmante. Me ha ayudado mucho a combatir la neuralgia y los dolores de todo tipo. Se las ofrecí para que la fumaran en pipas que había construido con distintos materiales.
Cuando llegaron, Tatú se había muerto hacía una semana. No sé qué edad tendría, pero calculo que ya era viejo cuando lo adopté; era torpe y lento, le gustaba holgazanear mucho y veía y escuchaba poco. El duelo fue triste, pero por suerte llegaron mis compatriotas…

Día 1043: La hostilidad se hace cada día más abismal. Varios estamos pensando en la posibilidad de organizar una Revolución. A un año de su llegada todavía no pude hablar con los superiores de la misión, no sé siquiera sus nombres. También me han negado la posibilidad de regresar a la Tierra, dicen unos subalternos con los que me comunico que permanecerán tres años en Nueva Argentina hasta recibir un relevo, sólo si el relevo no llegara en el tiempo estipulado, deberían permanecer allí seis meses más y recién ahí —sólo en caso de que el relevo no llegara tampoco pasado este tiempo suplementario— ellos podrían enviar una de las tres naves de regreso a la Tierra. Sólo que lo haría nada más que con un cuarto de su tripulación; permaneciendo las dos  naves restantes con toda su gente, más los tres cuartos sobrantes de la nave beneficiada, en el planeta extraterrestre.
Algunos hombres están impacientes por saber qué pasaría llegado este punto. Quién o quiénes —se preguntan— decidirán qué nave volverá y quiénes integrarán el cuarto que regrese a casa. Luego del destierro que supone toda conquista para los hombres que la realizan, es natural que se encuentren con dudas sobre su suerte futura; sobre todo si de esas medidas se enteraron una vez llegados a destino, el nuevo mundo.
Los más disconformes son un grupo de argentinos que, según se dice, están liderados por un nativo que se hace llamar, extrañamente, Crisóstomo. Se trata de un ser que sólo unos pocos han visto merodear por los desiertos de Nueva Argentina. Se lo suele describir de varias formas, pero la mayoría de los que se lo cruzaron más o menos coincide en que se parece a una mantis religiosa. “Tiene unos ojos tan grandes que le saltan de las órbitas. Cuando se acercó y me habló, noté que había algo en esos ojos sin iris, en las pequeñas pupilas, en sus gigantescos globos oculares, algo ancestral que no puedo explicar”, me dijo uno de ellos el otro día.
Yo no lo he visto nunca. Eso que llevo más tiempo que todos ellos aquí y extraño a mi familia, es lo que más extraño de la Tierra, a mi mujer y a mis hijos. Ni siquiera tengo una fotografía de ellos. Todavía temo olvidarme sus rostros. Los sigo dibujando, creo que cada día lo hago mejor.
Planeamos —porque, ya lo he resuelto, ¡me voy a sumar a la revuelta!— tomar varios vehículos, armas y equipos tecnológicos de todo tipo, para construir una base de resistencia; desde la cual comenzáremos los asedios a las autoridades coloniales y su yugo imperialista. Muchos son optimistas y creen que podemos ganar…   

Día 1120: ¡Por fin lo conocí! Esta mañana me lo presentaron en una reunión de los “Infuriating”, así nos llaman los gringos de la INCOC, que son la mayoría, y también los de las demás nacionalidades, porque aquí hay de todos los lugares del orbe. Según me informaron, son de los países miembros de lo que algún día fue Naciones Unidas. Cuando me lo dijeron, recordé que en una de sus últimas sesiones se firmó un acuerdo, ratificado por la mayoría de los países del mundo, incluido el nuestro, por el cual todo territorio descubierto en el espacio exterior, con posibilidades de desarrollar vida en él, quedaba automáticamente bajo el dominio y completo control de la INCOC, sin excepciones.
Hablamos largo y tendido. Él me mostró unos mapas del planeta que había trazado con mucha precisión. Yo le comenté sobre mi proyecto de crear una Nuevos Aires a orillas del Río Plateado y le mostré unas maquetas que he estado haciendo, se trata de unas réplicas casi exactas de la ciudad de Buenos Aires y parte del conurbano bonaerense. Luego le conté que en algún momento me gustaría volver a la Tierra, porque extraño mucho a mi familia. “Es lo que más extraño, a mi mujer y a mis hijos”, le dije. Crisóstomo me palmeó amistosamente y me dijo: “Lo entiendo”. Se lo agradecí, mientras me secaba una lágrima con el puño de mi campera…
 
 Día 1485: Todos esperábamos, de un momento a otro las órdenes del General Crisóstomo. Sólo debíamos esperar el momento preciso. Pero él nos tranquilizaba. Decía que debíamos esperar el triple eclipse. “Los tres satélites de Gándara, los Ops 1, 2 y 3, se alinearán, verticalmente, después del plenilunio de mayo —siempre, claro está, hablando con conceptos de astronomía terrestre—, que aquí se denomina pleniops cahíta, en una línea recta perfecta. Sólo faltan unos días para que suceda”, nos dijo nuestro líder natural.       
Finalmente, robamos lo necesario para montar una Base. Pero lo vamos a tener que hacer en un satélite, porque los soldados de la INCOC son muchos para pelear contra ellos. Han llegado los refuerzos terrestres a tiempo y ahora nos superan considerablemente. No tendríamos oportunidad si nos quedáramos en territorio gandareño; en cambio, desde Ops 1 nos será mucho más fácil organizar una guerra de guerrillas.
Ayer por la mañana, robamos unos vehículos de reconocimiento, unas cuantas armas —incluyendo unos cien misiles con carga atómica— y algunos equipos tecnológicos sofisticados, los cargamos en una nave de carga menor y partimos rumbo a Ops 1. Allí erigiremos nuestra Base Central de Operaciones. La guerra se ha desatado y será cruenta…




[1] Con ese título se publicó en el Boletín Oficial. El mismo que el Teniente Correa había utilizado para nombrar su libreta con las descripciones de las extrañas criaturas que se desarrollaron en la Sojisticus AR-1. Los puntos suspensivos indican que se trata de fragmentos. (Nota del Narrador).