lunes, 10 de diciembre de 2018

Presentación de Burbujo (07/12/2018)


Sobre Burbujo

Algunas ideas:
El anuncio, la profecía, la adivinación, la promesa, son hechos del lenguaje. Cosas hechas con palabras. La palabra, que convoca lo ausente y lo trae hasta aquí; no sólo lo coexistente-lejano, o lo perdido, sino lo que aún no existe plenamente, o existe, pero de un modo oracular. Ese aspecto mágico de la palabra vibra en Burbujo, el hermoso libro de poemas de Hernán Tenorio; un libro que no necesita de la invocación para traer, al mundo del sentido, al universo poético, al que es llamado casi siempre “él”, pero también “el internauta”; no necesita del conjuro para traerlo, de modo elusivo y paulatino, desde su lugar “al abrigo del mundo”.
El título apuesta a cierta ambigüedad: ¿Burbujo es un verbo? ¿Un sustantivo? ¿Un adjetivo? A veces una cosa, a veces otra, como ocurre con aquello que está en camino de ser. Pero lo importante es que la palabra Burbujo se oye, se siente en el cuerpo, se ve. Burbujo es lo que respira, sumergido en el fluido y lo que fluye, sumergido en lo que al mismo tiempo es líquido y devenir.
Los poemas, que vuelven una y otra vez a las imágenes germinales, a lo que está latente y es “un castillo de promesas”, van componiendo la historia de una espera. No de una espera abstracta, inasible, sino, por el contrario, llena de texturas. El con-tacto como signo: como se lee en el poema “Al abrigo” imagen nítida en la pantalla de control /y en el hemisferio tardío /la última lucecita que titila endeble /microscópica/refleja solo el ruido /el tacto débil //es mi mano /le digo /que se ha posado sobre su piel tensa. Y el con-tacto como posibilidad de lectura: cruzo el cielo con mi mejor sonrisa y te toco/ compruebo así/con el tacto/ que todo sea bello (“Tacto”).
Se trata de las texturas de la espera, hecha de escenas de intimidad; la intimidad de dos/tres seres. Un darse a conocer de a poco, en manifestaciones incompletas con las que se compone/lee la imagen del que vendrá. La serie completa da cuenta de una progresión, es decir de algo vivo, no sólo en el hecho de transcurrir, sino de transcurrir hacia un momento concreto. Ser para el nacimiento. En muchos poemas hay un diálogo, un cambio de personas verbales que van del yo al tú y a él, una tríada que gira alrededor de un centro invisible, que no es el hijo sino la existencia. Tres que existen y que son una constelación nueva. En todo caso, su gestación.
Pero también los poemas se transforman. El yo poético traza un itinerario que va del azoramiento y la celebración del misterio, en los primeros poemas, como “Acertijo” o “En algún reflejo”, hacia una lenta depuración que encauza la serie. Hay, por lo tanto, dos gestaciones, la del hijo y la de un yo poético que lo sueña, lo imagina, lo rastrea, para que ambos, al final, como ocurre con muchas antiguas historias, se encuentren. Recién en el penúltimo poema,  “Estrella” esa lenta danza-refleja alcanza una forma concreta, definida:

sus manitas
pequeños deditos en la boca
así lo vimos el otro día
y hasta parecía sonreír
él también quería que lo viéramos

estaba ahí
en la pantalla
flotando sin gravedad
en el espacio interior
y él es el sol
la única estrella de su sistema

te doy la mano
los extrañé durante un mes
pero acá están ustedes/ nosotros

Con el cambio final de enunciador se modifica bruscamente el ángulo, ahora el yo poético se sorprende siendo el nombrado, ya no el que ha de recibir sino el recibido. El que era hablado habla, y sus primeras palabras son reunión: los extrañé… acá están ustedes/nosotros. Reunión y fundación. Los que en el poema “Mantel de flores” eran dos tres corazones son ahora un nosotros bien concreto, un círculo abarcable que será abrazo; un nosotros redondo como una burbuja.


Ariel Pavón
Diciembre 2018