Sobre Villa
de Luis Gusmán
Las novelas de Luis Gusmán Villa
(1995) y Ni muerto has perdido tu nombre
(2002) pueden ubicarse dentro del tópico o ciclo de relatos sobre la última
dictadura militar en la Argentina, pero lo interesante es que la primera
transcurre antes del golpe de Estado del
’76 y la segunda —aunque no se menciona
una fecha exacta— una vez terminada la dictadura, ya en democracia. La
continuidad de métodos violentos y represivos antes y después de la dictadura
(torturas, desaparición de personas, chantaje, estafas, etc.) se convierte en
una preocupación en estas novelas.
En 1995, una vez que la literatura argentina había trabajado
bastante los relatos relacionados con la dictadura militar desde la perspectiva
de las víctimas y donde los victimarios eran, en su mayoría, militares; Luis
Gusmán redobla la apuesta, no sólo narrando desde la perspectiva de un
victimario, sino que este victimario ya no es un militar, se trata de un civil.
En Villa, el clima de la
novela es tenso, hay algo flotando en el aire, en el aire que respira el
personaje de Villa. Al principio, son rumores: los cadáveres, las armas en el
Ministerio, el traslado de armas y muertos en los aviones del gobierno; luego,
los rumores se transforman en hechos. La novela está narrada en primera persona
y el narrador nos muestra “su punto de vista”. Villa es un personaje nefasto,
no puede o no quiere ver lo que pasa a su alrededor, está tan ensimismado que
se le escapan los acontecimientos (su individualismo es tan exasperado que, por
momentos, se menciona así mismo en tercera persona), aunque su relato intenta
atar cabos yendo y viniendo del presente al pasado. Villa es una metáfora,
llevada al extremo, de una gran parte de la sociedad civil argentina que no vio
o no quiso ver lo que pasaba a su alrededor.
Un hombre que trabaja en una repartición estatal y dice no saber nada de
política no es de confiar. Por momentos dan ganas de darle un cachetazo, para
ver si reacciona, pero es ahí cuando se desmaya, el personaje se desploma
cuando tiene que actuar, tomar decisiones… Villa es un engranaje de la maquina
kafkiana (como la llama Panessi), pero mientras otros
personajes de la máquina piensan sus movimientos y alianzas (Firpo, Villalba,
Otero, etc. El ajedrez que juegan los radioaficionados del Ministerio), él
actúa como un autómata, sobre todo cuando trabaja para Cummings y Mujica; habla
de respetar las jerarquías, pero no entiende que las jerarquías son
intercambiables: el que ayer fue jefe, hoy ya no lo es, es el caso, primero de
Firpo, luego de Salinas (y otros, como Villalba, siempre caen parados). Esto le
pasa, porque su característica más destacada es ser un “mosca”, revolotear alrededor
de un grande.
La apuesta de
Gusmán es fuerte: la participación civil y el letargo de la sociedad argentina
están presentes. En el caso de Villa, la omisión se convierte en complicidad. La
máquina de matar comienza con errores en el funcionamiento, pero gracias a
personajes como Villa, que actúan como autómatas, la máquina se complejiza,
cobra mayor envergadura con la sistematización.
La relación entre el gobierno de Isabel Perón / López Rega y el gobierno
militar está marcada, entre otras cosas, explícitamente por la continuidad en
sus funciones de Cummings y Mujica (en los textos de Gusmán, los torturadores
siempre forman una sociedad. En Ni muerto
has perdido tu nombre aparecen Varela y Varelita): “Nosotros siempre
trabajamos para el gobierno” (Gusmán, 2006: 250). Pero también, implícitamente,
en, por ejemplo, la comparación que hace Villa del catre de Matienzo y el de
Perón: “Me lo imaginé durmiendo en el catre y pensé en el catre de Perón…”
(1995: 233). En Villa, también como parte
de la continuidad, hay personajes (oscuros para Villa) que vuelven del pasado
(Villa guarda una foto con Onganía por si vuelven los militares): Matienzo era
oficial cuando Villa hizo el servicio militar y había tenido pesadillas con él,
Otero era un gendarme que lo había detenido cuando estaba teniendo sexo con
Elena, su antigua novia (que también reaparece y es asesinada por Villa).
En un momento (1995) cuando desde el
poder político y los sectores más variados de la sociedad se insistía con “el olvido
y el perdón”; Villa exige, de parte
del lector, una lectura ética y una toma de posición, que en la mirada del
narrador está, irónicamente, ausente. La participación y responsabilidad civil
(sobre todo de ese sector de la sociedad que representa Villa, entre otras
cosas, la administración pública) y el letargo de la sociedad argentina en
general están presentes en el texto de Gusmán, porque destruye la postura de la
historia oficial que se había construido desde la vuelta democrática. Toda
versión monolítica y univoca de la memoria histórica no es de confiar. Todavía
hay algo que se escapa, hay un vacío que no se llena con nada y ese vacío es la
muerte innominada, la desesperación por la ausencia, el cadáver anónimo: “Nos
miraban con desconfianza, les queríamos dejar un muerto que no era de ellos.”
(Gusmán, 2006: 62).
En el año 2002
Gusmán publica Ni muerto has perdido
tu nombre, recordando las palabras que Agamenón le dirige al fantasma de
Aquiles en la Odisea. Hay en esta novela, algo que ya había comenzado en Villa, una clara necesidad por
inscribir los nombres de los muertos sin
cuerpo, su epitafio, y por denunciar que los asesinos siguen siéndolo:
“Ya le dije una vez que el nombre no tenía importancia. ¿Está
claro, Villa? Hombre, mujer, da lo mismo. Ya está muerto, está adentro del
cajón, y al revés. Adentro del cajón podría estar Drácula. Eso no le incumbe.
Usted sólo tiene que poner la firma.” (Gusmán, 2006: 154-55).
El personaje de Villa toma más de una decisión: Cuando Firpo
se suicida en su oficina, Villa le roba “la cabeza de caballo”, un
sujeta-corbatas que representa un toque de elegancia, “el mundo de Anita”. Es
la primera vez que Villa le roba a un muerto. Un tiempo después, en una sesión
de tortura, donde oficia como médico para resucitar a la víctima, sucede algo
que desestabiliza, por completo, su mundo ficcional. Primero intenta
reanimarla, pero no obtiene resultados. Luego, mientras delibera qué hacer, la
mujer que habían torturado le habla: “Sacáme, no doy más… Sin darme vuelta, sin
saber a quién le hablaba, le dije: Soy médico, mi obligación es salvarte la
vida…” (Gusmán, 2006: 179). Después de dar muchas vueltas, finalmente, decide
aplicarle una fulminante inyección de potasio. Antes de montar una escena para
engañar a Cummings y a Mujica, Villa agarra un objeto de las pertenencias de la
mujer. Al rato, cuando ya se encuentra solo, saca de su bolsillo una media
medalla con su nombre grabado y se dice:
“La voz era la de Elena.” (Gusmán, 2006: 187). Después de un tiempo, Villa
busca sin buscar, por los laberinticos pasillos de la Chacarita, la tumba con
la identidad falseada, un día se detiene frente a una lápida y celebra una
ceremonia.
El capítulo de la
ceremonia es una de las escenas más estremecedoras y desconcertantes de la
novela, y concluye con una plegaria:
“Ahora me voy a dar vuelta y te voy a dar la espalda, como
les doy la espalda a todas las cosas que me duelen y quiero ignorar. Hasta hoy
me ha dado resultado. Por eso me despido, porque después voy a arrancar derecho
hasta la puerta sin mirar para atrás. Como cuando nos peleábamos, solo que
entonces siempre alguno de los dos volvía.” (Gusmán, 2006: 187).
Los objetos
robados se juntan con la otra media medalla (la de Villa, la que posee el
nombre de Elena), en el cofre del club Arsenal, donde Villa atesora su pasado.
Allí también se encuentra el informe cifrado que él ha estado escribiendo, “su
engendro”. Cuando se reencuentra con Matienzo, decide descifrarlo y
entregárselo, para exponer “su punto de vista”, pero Matienzo se lo rechaza con
desprecio, porque “…Las pruebas son insuficientes. Es el informe de un
desesperado… ¿Se da cuenta de que se implica usted e implica a mucha gente?...
usted es un hombre peligroso. Por miedo puede hacer cualquier cosa… Sólo tiene
un interés personal, que es el suyo…” (Gusmán, 2006: 235-36). El informe nunca
concluye, ya que Villa lo irá adulterando de acuerdo con la “autoridad” a la
que se lo presente. El documento burocrático es parte de la compleja trama
(discursiva y política) que Villa va tejiendo a lo largo de la novela y que él
no puede o no quiere interpretar, se trata de un archivo, es una de las
memorias de la literatura.
Agosto de 2011
Ni muerto has
perdido tu nombre. Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
Panesi,
Jorge. “Villa, el médico de la memoria”. Escrito
por los otros. Ensayos sobre los libros de Luis Gusmán. Buenos Aires, Grupo
Editorial Norma, 2004. 133-148.