En el verano de 200*
encontramos con G, en Parque Rivadavia, una edición de 1920 de una apología de
la religión cristiana, que se publicó por primera vez en el año 1670 bajo el
título de Pensamientos. En las
primeras páginas del libro (no sé por qué a veces vienen en blanco) había una
extraña dedicatoria de un antiguo dueño, que, por su contenido, parecía una
carta:
“Córdoba, octubre de 1932
“Querida Matilde:
”Necesito no sentirme tan solo, ser feliz por el sólo hecho de respirar
y concebirme pleno; libre y liviano como una hoja en otoño. Además, creerme un
héroe romántico para hacerle honor a mi apellido y consolarme pensando que debí
haber nacido a finales del Siglo XVIII. Practicar los placeres de la
contemplación del mundo, siendo lo que soy, alguien distinto al resto. Tratar
de no combatir la frivolidad vanidosa de la mayoría, pero jamás aceptar un no.
Pelear por ser aceptado y nunca perder mi sinceridad, por más que a los demás
no les guste escucharme. No hacer que las personas me teman, cuando me presento
ante ellas como un monstruo, porque al final me ven como un estúpido bufón. Ser
fiel a mis ideas, tratando de lograr un equilibrio natural con mis pasiones e
instintos. Ser un buen jugador de este juego que es la vida y no ensuciarme
haciendo trampas perversas para sentirme superior. No abusar del buen uso de mi
vocabulario, usando sólo cuando es necesario, la ironía y el sarcasmo. No
perder el tiempo en fútiles razonamientos de laboratorio, para luego sujetar
con fuerza inútiles hipótesis oníricas;
es decir, no abusar de mi espíritu soñador, ya que he comprobado que los
sueños son tan frágiles que se desvanecen por la mañana, cuando estiro el brazo
en el lecho y a mi lado no hay nadie. No aferrarme a imposibles que nunca se
concretan, aunque debo aceptar que tengo una gran debilidad por los imposibles.
No alimentar falsas esperanzas, porque como Salomón no encontró Ofir, yo
tampoco encontraré mi lugar en el mundo.
”Matilde, tal vez,
sólo necesite su amor, saberla mía. Porque usted es mi Reina (mi -----), la que
prende su brasa en mi maceta, ¿nunca querrá contarme lo que usted sabe y yo
ignoro?
”Siempre suyo,
Rafael Méndez De Ascasubi”.
Unos días después.
Una vez que pudimos descifrar lo que decía (ya que la letra no era clara y las hojas
parecían desquebrajarse a cada movimiento), nos dedicamos a meditar al respecto
y comenzamos un juego que consistía en tratar de evocar lecturas, todas a las
que el texto nos remitía; aunque después de un rato comenzamos a divagar,
abusando de nuestros conocimientos que, por aquel entonces como estudiantes de
letras que éramos, los creíamos imbatibles.
—En su libro Otras
Inquisiciones, precisamente en “La Esfera de Pascal”, Borges nos dice que
Jenófanes de Colofón propuso a los griegos un solo Dios, que era una esfera
eterna. Esta idea fue cambiando con el transcurso del tiempo, para Pascal, que
“... aborrecía el universo y hubiera querido adorar a Dios, pero Dios, para él,
era menos real que el aborrecido universo. Deploró que no hablara el
firmamento, comparó nuestra vida con la de náufragos en una isla desierta.
Sintió el peso incesante del mundo físico, sintió vértigo, miedo y soledad, y
los puso en otras palabras: ‘La naturaleza es una esfera infinita (espantosa),
cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna’...”.
Eso fue lo que
dijo G y citó, increíblemente, el pasaje exacto, pero a mí me había remontado a
otra parte. Pensé en Ofir… y de pronto me vino a la cabeza Rayuela de Julio Cortázar, fue allí donde leí sobre este lugar
perdido. Luego, me detuve en la frase: “debí haber nacido a finales del Siglo
XVIII” y recordé a Sartre.
—¿Qué te parece El Proceso de Franz Kafka —preguntó G,
gesticulando—, las idas y venidas de K durante su proceso ante la burocracia
jurídica? ¿La modernidad?
Así fuimos
pensando más y más relaciones, pero en un momento cavilamos en desistir, porque
todos los autores que proponíamos eran contemporáneos o posteriores a la fecha
de la dedicatoria.
—¡Ya sé! —dije de
pronto—, Temor y Temblor de
Kierkegaard, mejor aún, Diario de un
seductor: el estilo epistolar y la suplica poética y patéticamente
ingeniosa para conquistar a una mujer. O… ¿qué te parece la renuncia del amor
por culpa de la Verdad?
—Para mí tiene más
aspecto de Werther, se nota casi al
final. Es como un vaticinio de un suicidio: “…yo tampoco encontraré mi lugar en
el mundo”.
—Pero nada sabemos
al respecto —le contesté a mi amigo—. Podría ser como no. Aunque es verdad que
me llama la atención ese antiguo tono romántico. ¿Sabés que Roland Barthes
habla de esto en su libro Fragmentos de
un Discurso Amoroso? Postula cómo han ganado terreno otros discursos como
el Marxismo y el Psicoanálisis y se ha dejado de lado el discurso del amor.
Además, no te olvides que es un trabajo teórico que toma como punto de partida,
precisamente, el Werther de Goethe.
—¿Y vos sabés lo que dijo Oliverio Girondo sobre
el amor? —me preguntó G.
—No.
—“¿Qué nos
impediría usar de las virtudes y de los vicios como si fueran ropa limpia,
convenir en que el amor no es un narcótico para el uso exclusivo de los imbéciles
y ser capaces de pasar junto a la felicidad haciéndonos los distraídos?”.
—Volviendo al
final —dije—, ¡me parece que Rafael quería ser Vidente!
—Es verdad, es
Rimbaud casi textual. ¿Qué habrá omitido en los paréntesis?
—Está claro: “¡Bruja!”.
Cada raya coincide con una letra y son cinco en total.
—Tenés razón, no
me había dado cuenta.
—Podría ser
también que Rafael haya leído Niebla
de Miguel De Unamuno. Fijate, volviendo a Kierkegaard, que está buscando algo imposible. Además, como habla del buen uso del
vocabulario y del abuso de la ironía y del sarcasmo...
—¿Qué tiene que
ver? —me respondió intrigado.
—La generación del
98’ quería que el pueblo español salga de la ignorancia, pero no proponían un
cambio económico. Es decir, eran liberales, querían darle un poco de saber a
los españoles para que entiendan sus creaciones literarias, pero nada de
cambiar las condiciones y relaciones económicas. Podrías leer Del sentimiento trágico de la vida y el
prólogo de Niebla.
—Ya entiendo es como lo que me pasa a mí: Soy
pobre, pero si alguien me pide que haga algunas analogías partiendo de una
palabra como “Ulises”, yo puedo relacionar y decir: héroe de las novelas épicas
de Homero La Odisea y La Ilíada, que peleó con valor en la
guerra de Troya y que su esposa Penélope lo esperó tejiendo hasta que él
regresó a su hogar. También, es el nombre de la novela (monólogo interior) del
escritor irlandés James Joyce, novela que instauró una nueva forma de concebir la
literatura contemporánea...
Reímos un rato y
tomamos mate toda la tarde, mientras seguíamos elucubrando algunas hipótesis
sobre la carta.
Una vez que estuve
solo, volví a reflexionar sobre la dedicatoria de Rafael Méndez De Ascasubi y…
pensé en mí y…
me hice un montón de preguntas sin respuestas y…
caí cansado en el sofá para seguir preguntándome: ¿Si soy un
particular que está por encima de lo general, soy parte de lo absoluto? ¿Si en
mi condición de general estoy por debajo de un particular, no puedo acceder a
lo absoluto? ¿Lo absoluto no es la suma de todo, por ende, la suma de lo
particular no es lo general? ¿Lo general no es parte de lo absoluto?, etc.
Después de un
rato, me levanté eufórico del sofá, fui hasta la biblioteca y tomé
instintivamente La Nausea de Jean
Paul Sartre. Lo abrí, si no recuerdo mal, en la escena donde el protagonista
está sentado en el parque mirando los grandes y frondosos árboles.
Especialmente se detiene en las raíces, que surgen del suelo en protuberancias
gruesas y deformes.
En ese momento, se apoderó de mí la nausea, fue como si se
hubiera escapado del libro para estrangularme. Me arrebató toda voluntad física
y me pregunté una vez más, con lágrimas en los ojos y casi suplicando: ¿Cómo
pude no sentir que la eternidad, anhelada con amor por tantos poetas, es un
artificio espléndido que nos libra, siquiera de manera fugaz, de la intolerable
opresión de lo sucesivo? ¿Dónde está “el pueril reverso de las cosas”?
Volví a caer en el
sofá. Me hubiera gustado el sueño. Esperé a Lewis Carrol, a Gérard de Nerval,
al Conde de Lautréamont, a Charles Baudelaire, a Edgar Allan Poe; para obtener,
aunque sea, una pequeña y fútil respuesta. Pero no apareció ninguno de ellos.
El único que se dignó a venir fue Antonin Artaud: vi “todo su rostro, su cuerpo
fríamente vitrificado en el que podía leer sin comprender nada”. De pronto, una
luz de fin del mundo invadió poco a poco mi pensamiento.
Salí a la calle. Ya
era de noche, caminé hasta el bar de Jorge y me encontré con algunos amigos...
Mayo de 2006
4 comentarios:
Cuando te expresas así con tanto sentimiento, y me llegas al alma, me digo que poco te conozco Hernan,,,por que me sentido así miles de veces y es ahí que me digo por que no hacer la carrera de Letras? jajajja sueños que ya son lejanos para mi...en otra vida tal vez...
Sonia....
¡Sonia, gracias, como siempre, por tu comentario!!!! Nunca es tarde para nada... ¡Abrazos!
ME ENCANTÓ SOBRE TODO EL LUGAR DE DONDE PARTE EL ANALISIS, REFLEXIONES QUE SE DISPARAN EN MULTIPLES DIRECCIONES A PARTIR DE LA CARTA EN UN LIBRO VIEJO, HAY TODA UNA TRADICION QUE APRTE DE UN MANUSCRITO COMO PRETEXTO PARA HACER LITERATURA, MUY BUENO HERNMAN
Gracias, Bessi, por el comentario!!!
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