martes, 19 de abril de 2016

Álvaro Gómez Herrera I

El interrogatorio de Correa se extendió más de lo estipulado, en total fueron tres jornadas completas. Luego fue el turno del Brigadier Álvaro Gómez Herrera. Llegó al recinto a las 8:45, para comenzar su interrogatorio a las 9:00. El Brigadier vestía su mejor uniforme, tenía unas alas en las solapas, además de muchas estrellas y medallas. Se acercó ceremonioso al estrado y extendió su mano. El Secretario del Comité le acercó la Constitución Nacional para que jurara decir la verdad.

—¿No me ofrecerán, también, como a todo buen cristiano, la Santa Biblia para jurar? —Herrera se dirigió desafiante al Presidente—. Sepan que, en última instancia, sólo el Señor juzgará mis actos.

Brigadier, haga el favor de permanecer en silencio, hasta que este Tribunal le indique lo contrario —le contestó rápidamente el Presidente—. Esto no se trata de una cuestión de fe, este tribunal pertenece al Estado Nacional Argentino que, desde sus inicios, es laico. Brigadier, esto se trata de la Verdad. Es su compromiso responder con ella, ya sea desde su fe, desde su deber como militar o ciudadano, o desde la perspectiva que su espíritu le dicte. A partir de ahora está, usted, bajo juramento.

     Estaba claro que el comité había aprendido de la experiencia con Correa, y está vez tomaría la iniciativa, aunque, también, todos sabían que Herrera no hablaría tanto y que la presencia de la familia de Gastaldi con sus abogados —después del primer testimonio— complicaba aún más las cosas.
     Finalmente, Herrera comprendió, hizo silenció y se sentó en la butaca que le estaba destinada.

Brigadier, las pruebas de cómo se originó el conflicto fueron chequeadas. Contrastamos el registro de las cámaras de seguridad con el testimonio del Teniente Feliciano Correa y son coherentes; si usted tiene algo más para agregar al respecto, lo invitamos a que lo haga; si no, le pedimos que comience su relato a partir de que la nave comenzó a fallar —sostuvo por primera vez el Vicepresidente del Comité.

—Parece ser lo único coherente en el testimonio del Teniente —dijo sonriente el Brigadier Herrera—. Quiero que se deje constancias en las actas de este honorable Tribunal que las Fuerzas Armadas advirtieron, en su momento, el riesgo de llevar personal civil en una misión de esta envergadura. Todos sabían que Gastaldi era un inepto… —los gritos se apoderaron de la sala. El Presidente se tuvo que parar para pedir silencio a los gritos—. Está bien —agregó, finalmente, Herrera—. Daré mi testimonio, pero, al igual que mi subalterno, pediré por parte de este Excelentísimo Tribunal, el permiso para no ser interrumpido. Señores, al final contestaré todas sus preguntas y las de todos aquellos argentinos que quieran preguntarle a este patriota acerca de sus acciones en cumplimiento del deber.

     Un léxico añejo componía sus palabras. Todos lo observábamos atónitos, era capaz de decir cualquier cosa, cualquier barbaridad con total impunidad. Lo de Correa había sido confuso, pero lo de Herrera era completamente inverosímil, por lo anacrónico de su discurso.

—Gastaldi no se murió… desapareció…

Brigadier, recuerde que está bajo juramento, tenga cuidado con lo que va a decirnos…

—… Señor Presidente, creo estar utilizando un registro correcto, acorde con este Tribunal. Sí, ha escuchado bien: “desapareció”.

—Tiene razón, nadie le señalará la forma en que debe usted hablar, pero no hace falta que engorde su retórica con ironías y sarcasmos. Le solicitamos que cuente lo que vio y que mida el léxico sensible que está utilizando.

     El recinto se convirtió en una clase de lingüística, donde el bien decir y los buenos modales para hacerlo comenzaron a incomodar a muchos de los presentes. La esposa de Gastaldi se desmayó y tuvieron que entrar unos paramédicos a intentar reanimarla, tenían un resucitador con un pequeño equipo electrógeno. Recuerdo que le dije a un colega que estaba a mi lado, “Espero que no tengan que utilizarlo”. Finalmente, no fue necesario, le aplicaron una inyección y se la llevaron en una camilla; “necesita descansar”, dijo, a los pocos minutos, el vocero presidencial a los periodistas que cubrían el área externa del recinto, y el Presidente del Tribunal, nos leyó un parte médico antes de retomar la declaración de Gómez Herrera.

—Correa ya dijo, con su rústica lengua, lo que sucedió, instantáneamente, después del desperfecto técnico. Entramos en una dimensión paralela, un no lugar, un no tiempo, un Aleph como el que describió el poeta nacional: “…el lugar donde están todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos…”, en este caso, en lugar de orbe, yo diría universo, o cosmos o, más precisamente, infinito. Porque, lo juro por Dios y por la Patria, lo que nos sucedió allá arriba fue exactamente eso, un agujero donde todos los mundos posibles e imposibles se reúnen en uno solo. Por un momento permanecimos callados, todos. Se nos heló la sangre, la temperatura había descendido aceleradamente. De pronto, me encontré solo. Grité una y otra vez los nombres de mi tripulación, pero nadie me respondió. La oscuridad era casi total, no se veía a un metro de donde me encontraba. Fui tanteando la pared lateral hasta la cabina central, intenté reanudar la comunicación con ustedes pero era en vano, no funcionaba ningún equipo, todos se habían detenido. No había energía en la nave. Estaba tan consternado que me persigné y recé un Padre Nuestro de rodillas frente al panel central, como si se tratara de un altar sagrado. Afuera estaba el espectáculo más maravilloso que vieron mis ojos. El Universo todo, en una pantalla rectangular de dos metros de largo. Lo demás es casi imposible de contar, salvo que siga el ejemplo de mi subalterno Correa, e intente, frente a todos ustedes, narrar una obra dramática, pero las letras no son mi fuerte y tampoco el de Correa, porque nosotros somos militares y los militares son hombres de acción. Esa, aunque ustedes no lo crean, fue la última vez que vi a Gastaldi.  
    
     Nos habíamos equivocado todos, Herrera también tenía ganas de hablar. Con estos dos testimonios, el de Correa primero y el de Herrera después, peligraban todas las negociaciones diplomáticas y económicas de la Argentina con la Intergalactic Confederation of Countries (INCOC). Ninguno de sus integrantes creería estas historias.                                                                  

—A Correa lo volví a ver después de cinco meses o más. Hasta mi reloj pulsera se había detenido. No había forma de medir el tiempo. Como les adelanté, armé un altar en el parabrisas de la nave, o panel central. El alimento comenzaba a escasear, me encontraba solo y esperaba. El cielo es eterno. Creí. Creí que Él vendría hasta mí, entonces yo me arrodillaría ante su magnitud y le besaría sus pies gigantes como los de una estatua colosal, el David, por ejemplo. ¿Saben lo que se siente? Estaba solo frente a la Creación constante que es el Universo. Eso es algo que pocos han visto. Experimenté algo similar la primera vez que maté a alguien. Entonces aparecieron. Al principio pensé que eran ángeles o almas buenas que me enviaba Él para probarme. Pero no, rápidamente me di cuenta de que eran criaturas materiales, concretas, cuando una quiso morderme el pie izquierdo. Al verlas me arrodillé y clamé al Todopoderoso en señal de bienvenida, estando mis piernas sin posibilidad de defensa, dada mi posición de rezo, una de ellas, la más grande, se lanzó como una rata a su presa. Un día escuché ruidos en los camarotes de la tripulación y con mucha precaución caminé hasta acercarme a la escotilla de entrada. Observé, cuidadosamente, esperando encontrarme con una de esas criaturas que se habían convertido en mis enemigos y en mi fuente de alimento, pero no, lo vi a Correa; se estaba masturbando frente al espejo. Ustedes no se habrán creído la historia de la mantis. Correa se masturbaba como un gran gorila, la barba y sus cabellos negros y duros le habían crecido considerablemente. La mantis era él, en una versión más primitiva, se veía como sus antepasados más cercanos, un escenario no muy distinto al que habrán encontrado los conquistadores europeos al llegar a estas tierras salvajes. La mantis religiosa es un lindo bichito, la gente rústica, que trabaja en los campos de mi familia, las llama tatadiós y las utilizan para sacarse los piojos y las pulgas, se ponen el tatadiós en la cabeza y el bichito les va comiendo todos los parásitos. Recuerdo que en algunos lugares los largaban, en gran número, en los galpones donde almacenaban los cereales, lo hacían para que se comieran los gorgojos y otras plagas. ¿Saben lo que se siente? —preguntó después y se quedó mirando la nada, como ido.  

Brigadier, Brigadier, ¿se encuentra bien? —le gritaba el Presidente, pero Herrera no volvía. Seguía con la mirada perdida. Cuando los miembros del Comité ya debatían si suspender la sesión, Gómez Herrera agregó:

—Hace mucho tuve en mi batallón un conscripto correntino… Toribio Ibaur, un buen soldado, ¡patriota como pocos! El correntino los llamaba mamboretá. Porque, según él, en guaraní significa: ¿Dónde está tu tierra?... “¿Dónde está mi tierra?”, recuerdo que me preguntó el Teniente Correa y yo lo miré como sólo pueden ver los virtuosos de espíritu y me arrodillé frente a él y le abracé las piernas. Dios había querido que nos volviéramos a reunir. Correa era más hábil que yo para atrapar a esas alimañas que eran toda nuestra fuente de alimento. Teníamos buenas charlas los dos, mientras nos comíamos a esas cosas horrendas, aunque, debo reconocer, que eran bastante sabrosas: las fuimos preparando de varias formas, pero la mejor era asadas y, también tomábamos un licor que preparaba Correa, haciendo fermentar un líquido verde que les exprimía. Una mañana, es decir, cuando nos despertábamos de un sueño, notamos que un moho extrañamente verde había comenzado a formarse en las escotillas principales, era como una especie de alga que flotaba en el aire. A partir de allí comprobamos dos cosas: una) que con un poco de oxígeno, aunque sea en una nave perdida en el espacio, la vida da sus frutos, todos los organismos buscan su subsistencia; dos) que teníamos un vegetal extraterrestre para acompañar la carne de los extraterrestres. Toribio era rubio como Febo, los otros soldados lo cargaban, cuando se acercaba le cantaban “¡Febo asoma…!” y reían a carcajadas. El correntino también tocaba el acordeón y entonaba unos chamamés a puro sapukái

Al igual que con Correa, la audiencia estaba empezando a fastidiarse de las incoherencias que refería Herrera. Lo peor de todo era que, al igual que Correa, parecía convencido de lo que decía. El que se irritó primero fue el Vicepresidente. Era la parte de las autoridades máximas del Comité que representaba al Ejecutivo Nacional, se trataba del Ministro de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, los otros integrantes eran el Presidente de la Corte Suprema de Justicia y El Jefe del Estado Mayor General de la Fuerza Aérea.
—Brigadier, por favor, intente ajustar su relato a lo que sucedió allá arriba, a ninguno de los presentes nos interesa la historia de su soldado preferido. Por favor, sin detalles externos, no quiero volver a interrumpir su discurso. Gracias.

—…“¡Febo asoma…!”, le cantaban y se reían a coro —continuó diciendo Herrera, como si no hubiera escuchado las palabras del Canciller—. Pronto nos dimos cuenta de que estábamos en guerra contra organismos extraterrestres. Por un lado nos servían de alimento, pero por otro se iban apoderando rápidamente de la nave. Por suerte tenía ahora al Teniente Correa, sin subalternos no hay guerra. Hacíamos guardia para dormir, porque no sabíamos si esas criaturas nos devorarían por la noche; a las primeras, verdes y lampiñas, se les habían sumado luego unas rojas y peludas, un poco más grandes que las anteriores, y otras más pequeñas, similares a insectos que, por suerte, sólo comían el moho extrañamente verde que había comenzado a formarse en las escotillas principales. Era como una especie de alga que flotaba en el aire y se adhería con facilidad al óxido que se formaba gradualmente en las escotillas principales de la Sojisticus AR-1. Desde la experiencia con el biocombustible, que se le ocurrió a unos sabios después de haber visto, varias veces, la película Volver al futuro, sabemos que con desechos orgánicos podemos crear energía. Comenzamos a tener desechos. Un día me desperté exaltado y corrí hasta el generador central. Las reservas eran mínimas. En unos pocos días nos quedaríamos sin energía. Retrocedí unos pasos alarmado y luego me di vuelta y corrí con todas mis fuerzas desde el lugar donde me encontraba hasta el laboratorio. Inspeccioné las instalaciones y llamé a los gritos a Correa, pero, como la mayor parte del tiempo, estaba por ahí hablando con su amigo invisible, así que desistí de su ayuda y me puse a trabajar solo. Primero trasladé los desechos orgánicos hasta el laboratorio y algunas criaturas que Correa había cazado y mantenía vivas en unas jaulas-trampas que había fabricado con las algas. Él y su amigo se dieron cuenta de que esos vegetales pasaban, progresivamente, por tres estados cuando se estaban secando: uno) el estado que conocemos de cualquier otro vegetal, perdida de coloración, fragilidad; dos) en unos días, pasaba a tener una consistencia similar a la del carbón; tres) finalmente, se solidificaba aún más, hasta convertirse en una especie de metal muy resistente… —dijo y se detuvo exhausto. No se había detenido ni un solo segundo, ni siquiera para beber un trago de agua. Entonces se paró, enérgico, de la silla y, una vez de pie, continuó su discurso—. Se trataba de una cuestión de primera necesidad, sin energía no sé qué hubiera sido de nosotros; las temperaturas en el espacio son extremas, recuerdo que pensé, con cierta tristeza: “El Doctor Gastaldi me hubiera servido en un momento así”.
 
Cayó sentado en la silla y luego rodó por el suelo. Toda la audiencia quedó pasmada, nadie podía creer lo que estaban viendo. Herrera se desmayó en medio de la sala y una vez en el suelo, su cara adoptó la expresión de una persona atormentada y con su cuerpo en posición fetal, abrazó sus piernas y se quedó allí, solo. De nuevo aparecieron los paramédicos con sus valijitas resucitadoras. Entraron corriendo y a los gritos empujaron a los periodistas y curiosos que se habían levantado de sus butacas para poder ver mejor y se agolpaban en el pasillo, impidiéndoles el paso. La esposa de Herrera, católica fiel, rezaba un rosario llorando; su abogado se acercó hasta él, se agachó para chequear si respiraba. El Presidente del Comité declaró, casi automáticamente, mientras los médicos atendían a Herrera, un receso de la sesión hasta el día siguiente, pero aclaró que sólo sería posible “si la salud del Brigadier le permite seguir compareciendo ante este Tribunal”.

Los periodistas tardamos en irnos del lugar, la mayoría nos quedamos tomando merca y cerveza en un bar cercano. No nos queríamos (o no nos podíamos) perder las primicias. Las apuestas fueron variadas, pero la mayoría apostamos a que Herrera no podría continuar su declaración al día siguiente. Y así sucedió.

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