—Siento
sus miradas inquisidoras sobre mí —así comenzó Correa la segunda sesión de su
indagatoria. La audiencia esperaba más moderación y realismo, pero eso no
sucedió, Correa continuó con la historia que había comenzado a contarnos la
sesión anterior—. Créanme, es difícil hablar del espacio. Sé que no habrá ni
una sola mañana, hasta el día de mi muerte, en que no despierte exaltado, con
un temor desolador, un desierto que me hiela la sangre todas las madrugadas,
tal vez deba hablarles de la soledad, ¿cuánto la han experimentado ustedes?
Estuve afuera con Crisóstomo todo un día. Le pregunté dónde estábamos y él
respondió, luego de un rato, “En un Sueño, estamos en un Sueño. En el espacio
se les dice Sueños a pequeños
exoplanetas…”. Entonces, entendí rápidamente que estábamos muy lejos de casa. No
sé cómo, pero habíamos salido del sistema solar. “¿El Brigadier lo sabe?”, le
pregunté a Crisóstomo. “No lo sé, creo
que no”, me respondió. Yo lo miré y empecé a reír a carcajadas, no podía
detenerme. “¿De qué te reís, boludo?”. Me dijo Crisóstomo, y luego comenzó a
reírse él también. Después se detuvo bruscamente y volvió a ponerse serio.
Recuerdo. Recuerdo muy bien que le pregunté cómo podía haber pasado, si las
naves humanas, a gatas, llegan hasta Marte. Y él dijo que habíamos entrado en
un agujero negro y que esa era la única forma que tenían las naves humanas para
alcanzar la velocidad de la luz. El cielo era hermoso, limpio y claro. Me
detuve unos instantes en el paisaje y me olvidé de Crisóstomo y su clase de
astronomía…
—¡Otra
que Carl Sagan! —gritó un hombre que se acercó al estrado, corriendo desde el
fondo de la sala, y le arrojó un tomate maduro a Correa en la cara. Tenía una
remera blanca con un estampado laser que decía: “¿Dónde está Carlos Gastaldi?”—.
Decí la verdad, hijo de puta —le gritó, por último, mientras la policía lo
arrastraba a la fuerza por la sala.
Correa
sacó el mismo pañuelo que la vez anterior, pero ahora estaba limpio, aunque no
era exactamente blanco, había quedado manchado de grises, como veteado. Se
limpió la cara para sacarse, con paciencia, el tomate que le chorreaba. Luego
miró al público y se quebró.
—…
Digo la verdad, es la pura verdad. Por eso les pedí que me creyeran, porque es
difícil hablar del espacio —ahora lloraba, ya se había despejado el rostro,
aunque algunos restos de tomate todavía le colgaban adheridos a sus cabellos.
Se pudo ver en las pantallas de todos los medios nacionales el primer plano de
Correa, llorando desconsolado. Agobiado por la situación—. Como les decía —dijo
luego con la voz en llanto y las lágrimas corriéndole por las mejillas—, durante un minuto me perdí en mí mismo y
reflexioné profundamente, como nunca antes lo había hecho. Era increíble el
cielo. Claro y limpio. El planeta era grande, el horizonte se veía extenso y al
igual que en la tierra, se formaban espejismos de agua a lo lejos; según
Crisóstomo, el exoplaneta tenía grandes selvas y bosques del lado occidental
(con extensiones diez veces más grandes que el Amazonas hace ciento cincuenta años).
Pero nosotros habíamos aterrizado en el lejano
oriente, en una zona semiárida, con escasa vegetación y agua, aunque esa noche
llovió. Anocheció casi sin darnos cuenta. La lluvia era buena, el agua estaba
deliciosa, fresca; abrí grande la boca y tragué grandes cantidades. Crisóstomo
había llevado dos bidones, de cinco litros cada uno, para cargar agua. Claro y
limpio. El agua era cristalina y descendía fresca por mi garganta seca, y
lubricaba mi interior, una purificación que hacía rato exigía mi cuerpo y… mi
alma.
—¿Usted
quiere que creamos estas patrañas? ¿Por quiénes nos ha tomado, Teniente? —interrumpió ofuscado, al igual
que en la sesión anterior, el General Ternieri.
—General
Ternieri, ¿no tiene otras palabras para decirme? —le respondió Correa, harto ya
de la incesante repetición de la pregunta de Ternieri—. Créame, le digo la
verdad, la pura verdad. Es difícil hablar del espacio. Crisóstomo me preguntó:
“Teniente, ¿en qué consistía la misión?”. Gastaldi cuando era muy joven había
participado activamente, desde sus comienzos en el año 2002, en el proyecto Supersopa que se desarrollaba en la
Universidad Nacional de Quilmes. Actualmente, era un experto en manipulación
genética de alimentos, desarrollaba, como director general, una investigación
en el INTA sobre...
Los
miembros del tribunal se miraron con mala cara. Esta vez el Presidente intentó
interrumpir a Correa, pero el Teniente miró hacia su costado izquierdo buscando
aprobación —a esta altura, supongo de Crisóstomo—, elevó la voz y se impuso.
Los miembros del Comité esperaron que Correa dejara de hablar, pero, mientras,
intercambiaron unas palabras en voz baja.
—… Llevamos en la Sojisticus quince millones de semillas manipuladas y sintéticas, de
frutas y cereales y de soja; además de algunos cigotos y embriones animales:
pollos, cerdos, vacas y ovejas, también manipulados genéticamente, para que
pudieran soportar los climas marcianos. El fin de la misión era que los
primeros colonos pudieran autoabastecerse, durante largos períodos de tiempo,
de alimentos, oxígeno y recursos energéticos. Eso le respondí; que éramos un
granero biotecnológico concentrado, sintético. Él asintió con la cabeza, “Eso
es lo que sospechaba” me dijo y yo, ingenuamente le pregunté si creía que las
criaturas que vio el Brigadier estaban relacionadas con las semillas.
Crisóstomo se echó a reír a carcajadas, hasta llorar de la risa. Me incomodó un
poco, por un momento temí cosas horribles, había algo en sus ojos sin iris, en
las pequeñas pupilas, en sus gigantescos globos oculares; también en su
postura, no sé, esa extraña forma que tiene de mover los brazos. “Los animales
en este planeta habitan la región interior central, donde el clima es apto para
subsistir, kilómetros y kilómetros de selvas con profunda vegetación y océanos
de agua dulce y salada; y uno de los mejores oxígenos de toda esta galaxia. Hay
especies animales, vegetales y minerales de las más variadas”; me dijo por fin.
Entonces fue la hora de volver a la nave. Esta vez no nos teletransportamos,
como las anteriores. Caminamos hasta llegar a la nave y cuando Crisóstomo abrió
la escotilla, una de las criaturas quiso escapar hacia el exterior; pero él la
detuvo, lanzándole un rayo amarillo de sus ojos, la pobrecita se desintegró en
el acto y Crisóstomo dijo que lo había hecho porque debía proteger el
equilibrio ecológico del exoplaneta. Entramos a la Sojisticus y buscamos al Brigadier, finalmente, lo vimos preparar
una parrillada. Había levantado parte del revestimiento del suelo del
laboratorio para hacer el fuego. Nos esperaba para brindar con una de las
mejores cosechas del licor de Crisóstomo. “Los esperaba para brindar”, nos
dijo. Luego nos contó que había estado trabajando en la fórmula de un
combustible orgánico y que había obtenido, en pocos días, grandes resultados…
Nadie
podía creer lo que escuchábamos. Los periodistas comenzaron a googlear Supersopa. Algunos, los más
experimentados, recordaban algo
vagamente.
—… y que por eso estaba preparando la
comilona. El plato principal era lo último que quedaba del Dr. Carlos Gastaldi…
La esposa de Gastaldi
se desmayó y tuvieron que entrar unos paramédicos a intentar reanimarla, por
suerte, le inyectaron un sedante leve y logró reponerse, aunque no paró de
llorar durante todo el tiempo que duró la sesión. Al rato, un ordenanza del
Tribunal le acercó un vaso de agua y un paquetito de pañuelos
descartables.
—…
Sirvió las copas y brindamos, “Chinchín” dijo el Brigadier, con la copa en alto.
Luego nos mostró una botella con un líquido oscuro. Se rió y nos dijo:
“Caballeros, he aquí, con ustedes…, el futuro”; y arrojó unas gotas sobre las
maderas que había apilado para encender el fuego, en el centro había dispuesto
restos de algas en su estado carbónico. El fuego se inició, tan sólo con el
roce de las gotas, sobre la superficie de las maderas y de los carbones de
algas. Arriba de la mesa del laboratorio estaban dispuestas las carnes y
algunas algas frescas. Yo me puse, al instante, a preparar una vinagreta para
la ensalada y un chimichurri para aderezar la carne. Crisóstomo ponía la mesa.
Cruzamos algunas miradas pero no nos dijimos nada…
—Teniente
Correa, este tribunal sostiene que su testimonio carece de relación con la
realidad, pero también dudamos y no podemos decir, a ciencia cierta, qué tipo
de realidad es la que usted está describiéndonos. Por lo expuesto anteriormente,
hemos resuelto hacer un cuarto intermedio hasta el lunes a las 8:00 horas de la
mañana, para continuar con este testimonio. El Tribunal informa, también, que
al interrogado se le harán, en los próximos días, unas pericias psicológicas
para establecer su estabilidad emocional. Un equipo de peritos local junto a
uno de la INCOC (ex NASA, ex ONU y, me animó a
decir, también ex EE.UU),
especializado en la atención de los astronautas norteamericanos que realizan
viajes espaciales con cierta frecuencia, le harán una serie de pruebas —algunos
presentes cruzamos varias miradas porque nos pareció excesiva la explicación
que hizo de la INCOC, ya que todos sabíamos con exactitud de quiénes se trataba—.
Después del informe de los peritos, deliberaremos si este interrogatorio
continuará desarrollándose de esta manera. Se cierra la sesión —dijo el
Presidente y, como en las películas, golpeó su escritorio con un martillito.
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