lunes, 25 de abril de 2016

Feliciano Correa II

—Siento sus miradas inquisidoras sobre mí —así comenzó Correa la segunda sesión de su indagatoria. La audiencia esperaba más moderación y realismo, pero eso no sucedió, Correa continuó con la historia que había comenzado a contarnos la sesión anterior—. Créanme, es difícil hablar del espacio. Sé que no habrá ni una sola mañana, hasta el día de mi muerte, en que no despierte exaltado, con un temor desolador, un desierto que me hiela la sangre todas las madrugadas, tal vez deba hablarles de la soledad, ¿cuánto la han experimentado ustedes? Estuve afuera con Crisóstomo todo un día. Le pregunté dónde estábamos y él respondió, luego de un rato, “En un Sueño, estamos en un Sueño. En el espacio se les dice Sueños a pequeños exoplanetas…”. Entonces, entendí rápidamente que estábamos muy lejos de casa. No sé cómo, pero habíamos salido del sistema solar. “¿El Brigadier lo sabe?”, le pregunté a  Crisóstomo. “No lo sé, creo que no”, me respondió. Yo lo miré y empecé a reír a carcajadas, no podía detenerme. “¿De qué te reís, boludo?”. Me dijo Crisóstomo, y luego comenzó a reírse él también. Después se detuvo bruscamente y volvió a ponerse serio. Recuerdo. Recuerdo muy bien que le pregunté cómo podía haber pasado, si las naves humanas, a gatas, llegan hasta Marte. Y él dijo que habíamos entrado en un agujero negro y que esa era la única forma que tenían las naves humanas para alcanzar la velocidad de la luz. El cielo era hermoso, limpio y claro. Me detuve unos instantes en el paisaje y me olvidé de Crisóstomo y su clase de astronomía…

—¡Otra que Carl Sagan! —gritó un hombre que se acercó al estrado, corriendo desde el fondo de la sala, y le arrojó un tomate maduro a Correa en la cara. Tenía una remera blanca con un estampado laser que decía: “¿Dónde está Carlos Gastaldi?”—. Decí la verdad, hijo de puta —le gritó, por último, mientras la policía lo arrastraba a la fuerza por la sala.
          
Correa sacó el mismo pañuelo que la vez anterior, pero ahora estaba limpio, aunque no era exactamente blanco, había quedado manchado de grises, como veteado. Se limpió la cara para sacarse, con paciencia, el tomate que le chorreaba. Luego miró al público y se quebró.

—… Digo la verdad, es la pura verdad. Por eso les pedí que me creyeran, porque es difícil hablar del espacio —ahora lloraba, ya se había despejado el rostro, aunque algunos restos de tomate todavía le colgaban adheridos a sus cabellos. Se pudo ver en las pantallas de todos los medios nacionales el primer plano de Correa, llorando desconsolado. Agobiado por la situación—. Como les decía —dijo luego con la voz en llanto y las lágrimas corriéndole por las mejillas—, durante un minuto me perdí en mí mismo y reflexioné profundamente, como nunca antes lo había hecho. Era increíble el cielo. Claro y limpio. El planeta era grande, el horizonte se veía extenso y al igual que en la tierra, se formaban espejismos de agua a lo lejos; según Crisóstomo, el exoplaneta tenía grandes selvas y bosques del lado occidental (con extensiones diez veces más grandes que el Amazonas hace ciento cincuenta años). Pero nosotros habíamos aterrizado en el lejano oriente, en una zona semiárida, con escasa vegetación y agua, aunque esa noche llovió. Anocheció casi sin darnos cuenta. La lluvia era buena, el agua estaba deliciosa, fresca; abrí grande la boca y tragué grandes cantidades. Crisóstomo había llevado dos bidones, de cinco litros cada uno, para cargar agua. Claro y limpio. El agua era cristalina y descendía fresca por mi garganta seca, y lubricaba mi interior, una purificación que hacía rato exigía mi cuerpo y… mi alma.

—¿Usted quiere que creamos estas patrañas? ¿Por quiénes nos ha tomado, Teniente?               —interrumpió ofuscado, al igual que en la sesión anterior, el General Ternieri.

—General Ternieri, ¿no tiene otras palabras para decirme? —le respondió Correa, harto ya de la incesante repetición de la pregunta de Ternieri—. Créame, le digo la verdad, la pura verdad. Es difícil hablar del espacio. Crisóstomo me preguntó: “Teniente, ¿en qué consistía la misión?”. Gastaldi cuando era muy joven había participado activamente, desde sus comienzos en el año 2002, en el proyecto Supersopa que se desarrollaba en la Universidad Nacional de Quilmes. Actualmente, era un experto en manipulación genética de alimentos, desarrollaba, como director general, una investigación en el INTA sobre...

Los miembros del tribunal se miraron con mala cara. Esta vez el Presidente intentó interrumpir a Correa, pero el Teniente miró hacia su costado izquierdo buscando aprobación —a esta altura, supongo de Crisóstomo—, elevó la voz y se impuso. Los miembros del Comité esperaron que Correa dejara de hablar, pero, mientras, intercambiaron unas palabras en voz baja.

  —… Llevamos en la Sojisticus quince millones de semillas manipuladas y sintéticas, de frutas y cereales y de soja; además de algunos cigotos y embriones animales: pollos, cerdos, vacas y ovejas, también manipulados genéticamente, para que pudieran soportar los climas marcianos. El fin de la misión era que los primeros colonos pudieran autoabastecerse, durante largos períodos de tiempo, de alimentos, oxígeno y recursos energéticos. Eso le respondí; que éramos un granero biotecnológico concentrado, sintético. Él asintió con la cabeza, “Eso es lo que sospechaba” me dijo y yo, ingenuamente le pregunté si creía que las criaturas que vio el Brigadier estaban relacionadas con las semillas. Crisóstomo se echó a reír a carcajadas, hasta llorar de la risa. Me incomodó un poco, por un momento temí cosas horribles, había algo en sus ojos sin iris, en las pequeñas pupilas, en sus gigantescos globos oculares; también en su postura, no sé, esa extraña forma que tiene de mover los brazos. “Los animales en este planeta habitan la región interior central, donde el clima es apto para subsistir, kilómetros y kilómetros de selvas con profunda vegetación y océanos de agua dulce y salada; y uno de los mejores oxígenos de toda esta galaxia. Hay especies animales, vegetales y minerales de las más variadas”; me dijo por fin. Entonces fue la hora de volver a la nave. Esta vez no nos teletransportamos, como las anteriores. Caminamos hasta llegar a la nave y cuando Crisóstomo abrió la escotilla, una de las criaturas quiso escapar hacia el exterior; pero él la detuvo, lanzándole un rayo amarillo de sus ojos, la pobrecita se desintegró en el acto y Crisóstomo dijo que lo había hecho porque debía proteger el equilibrio ecológico del exoplaneta. Entramos a la Sojisticus y buscamos al Brigadier, finalmente, lo vimos preparar una parrillada. Había levantado parte del revestimiento del suelo del laboratorio para hacer el fuego. Nos esperaba para brindar con una de las mejores cosechas del licor de Crisóstomo. “Los esperaba para brindar”, nos dijo. Luego nos contó que había estado trabajando en la fórmula de un combustible orgánico y que había obtenido, en pocos días, grandes resultados…  

Nadie podía creer lo que escuchábamos. Los periodistas comenzaron a googlear Supersopa. Algunos, los más experimentados, recordaban algo vagamente.                              

  —… y que por eso estaba preparando la comilona. El plato principal era lo último que quedaba del Dr. Carlos Gastaldi…

La esposa de Gastaldi se desmayó y tuvieron que entrar unos paramédicos a intentar reanimarla, por suerte, le inyectaron un sedante leve y logró reponerse, aunque no paró de llorar durante todo el tiempo que duró la sesión. Al rato, un ordenanza del Tribunal le acercó un vaso de agua y un paquetito de pañuelos descartables. 

—… Sirvió las copas y brindamos, “Chinchín” dijo el Brigadier, con la copa en alto. Luego nos mostró una botella con un líquido oscuro. Se rió y nos dijo: “Caballeros, he aquí, con ustedes…, el futuro”; y arrojó unas gotas sobre las maderas que había apilado para encender el fuego, en el centro había dispuesto restos de algas en su estado carbónico. El fuego se inició, tan sólo con el roce de las gotas, sobre la superficie de las maderas y de los carbones de algas. Arriba de la mesa del laboratorio estaban dispuestas las carnes y algunas algas frescas. Yo me puse, al instante, a preparar una vinagreta para la ensalada y un chimichurri para aderezar la carne. Crisóstomo ponía la mesa. Cruzamos algunas miradas pero no nos dijimos nada…
           
—Teniente Correa, este tribunal sostiene que su testimonio carece de relación con la realidad, pero también dudamos y no podemos decir, a ciencia cierta, qué tipo de realidad es la que usted está describiéndonos. Por lo expuesto anteriormente, hemos resuelto hacer un cuarto intermedio hasta el lunes a las 8:00 horas de la mañana, para continuar con este testimonio. El Tribunal informa, también, que al interrogado se le harán, en los próximos días, unas pericias psicológicas para establecer su estabilidad emocional. Un equipo de peritos local junto a uno de la INCOC (ex NASA, ex ONU y, me animó a decir, también ex EE.UU), especializado en la atención de los astronautas norteamericanos que realizan viajes espaciales con cierta frecuencia, le harán una serie de pruebas —algunos presentes cruzamos varias miradas porque nos pareció excesiva la explicación que hizo de la INCOC, ya que todos sabíamos con exactitud de quiénes se trataba—. Después del informe de los peritos, deliberaremos si este interrogatorio continuará desarrollándose de esta manera. Se cierra la sesión —dijo el Presidente y, como en las películas, golpeó su escritorio con un martillito.         



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