Se marcharon a sus guaridas
y quedó el muñeco
como de trapo
tendido en el suelo frío
Lo trágico parecía no ser una anécdota
tenía la fuerza
precisa
que solo imponen las manos de los dioses
para manipular el destino:
¡Dioses omnipotentes,
que nuestro llanto temple vuestra ira!1
1. Palabras de Enone en Fedra de Jean Racine, acto primero
escena III v. 158.