Sobre Burbujo
Algunas ideas:
El anuncio, la profecía, la adivinación,
la promesa, son hechos del lenguaje. Cosas hechas con palabras. La palabra, que
convoca lo ausente y lo trae hasta aquí; no sólo lo coexistente-lejano, o lo
perdido, sino lo que aún no existe plenamente, o existe, pero de un modo
oracular. Ese aspecto mágico de la palabra vibra en Burbujo, el hermoso libro de poemas de Hernán Tenorio; un libro que
no necesita de la invocación para traer, al mundo del sentido, al universo
poético, al que es llamado casi siempre “él”,
pero también “el internauta”; no
necesita del conjuro para traerlo, de modo elusivo y paulatino, desde su lugar
“al abrigo del mundo”.
El título apuesta a cierta ambigüedad:
¿Burbujo es un verbo? ¿Un sustantivo? ¿Un adjetivo? A veces una cosa, a veces
otra, como ocurre con aquello que está en camino de ser. Pero lo importante es
que la palabra Burbujo se oye, se siente en el cuerpo, se ve. Burbujo es lo que
respira, sumergido en el fluido y lo que fluye, sumergido en lo que al mismo
tiempo es líquido y devenir.
Los poemas, que vuelven una y otra vez a
las imágenes germinales, a lo que está latente y es “un castillo de promesas”, van componiendo la historia de una espera.
No de una espera abstracta, inasible, sino, por el contrario, llena de
texturas. El con-tacto como signo: como se lee en el poema “Al abrigo” imagen nítida en la pantalla de control /y
en el hemisferio tardío /la última lucecita que titila endeble
/microscópica/refleja solo el ruido /el tacto débil //es mi mano /le digo /que
se ha posado sobre su piel tensa. Y el con-tacto como posibilidad de
lectura: cruzo el cielo con mi mejor
sonrisa y te toco/ compruebo así/con el tacto/ que todo sea bello
(“Tacto”).
Se trata de las texturas de la espera,
hecha de escenas de intimidad; la intimidad de dos/tres seres. Un darse a
conocer de a poco, en manifestaciones incompletas con las que se compone/lee la
imagen del que vendrá. La serie completa da cuenta de una progresión, es decir
de algo vivo, no sólo en el hecho de transcurrir, sino de transcurrir hacia un
momento concreto. Ser para el nacimiento. En muchos poemas hay un diálogo, un
cambio de personas verbales que van del yo al tú y a él, una tríada que gira
alrededor de un centro invisible, que no es el hijo sino la existencia. Tres
que existen y que son una constelación nueva. En todo caso, su gestación.
Pero también los poemas se transforman.
El yo poético traza un itinerario que va del azoramiento y la celebración del
misterio, en los primeros poemas, como “Acertijo” o “En algún reflejo”, hacia
una lenta depuración que encauza la serie. Hay, por lo tanto, dos gestaciones,
la del hijo y la de un yo poético que lo sueña, lo imagina, lo rastrea, para
que ambos, al final, como ocurre con muchas antiguas historias, se encuentren. Recién
en el penúltimo poema, “Estrella” esa
lenta danza-refleja alcanza una forma concreta, definida:
sus manitas
pequeños deditos en la boca
así lo vimos el otro día
y hasta parecía sonreír
él también quería que lo viéramos
estaba ahí
en la pantalla
flotando sin gravedad
en el espacio interior
y él es el sol
la única estrella de su sistema
te doy la mano
los
extrañé durante un mes
pero
acá están ustedes/ nosotros
Con el cambio final de enunciador se
modifica bruscamente el ángulo, ahora el yo poético se sorprende siendo el
nombrado, ya no el que ha de recibir sino el recibido. El que era hablado
habla, y sus primeras palabras son reunión: los
extrañé… acá están ustedes/nosotros. Reunión y fundación. Los que en el
poema “Mantel de flores” eran dos tres
corazones son ahora un nosotros bien concreto, un círculo
abarcable que será abrazo; un nosotros
redondo como una burbuja.
Ariel
Pavón
Diciembre
2018