El
día es el tinte mágico de algunos contornos envenenados.
En su
sino está la concentración espontánea de las formas,
como
un abanico de perplejidades no determinadas.
Así,
un sulfúrico emitir de claridades
encuentra
paz en la luz que muere.
Hoy
vi a la luna en pleno día.
Era
una luna clara, casi sin fisuras,
sólo
una parte permaneció oculta
todo
el tiempo que estuve observándola.
Pero,
de todas maneras,
pude
ver, porque estaba ahí,
su
forma completa, circular, perfecta.
Nada
parece detener el reloj que avanza sin cesar (tic-tac)
una y
otra vez, una y otra vez, una y otra…
Con
los basaltos senderos al abrigo del mundo,
estaban
las noches del infierno,
sus
poderes ensordecedores y las pupilas al solapado tiesto.
Todavía
puedo soñar ─pensé de pronto─ con el futuro y su verdad;
con las
culminadas huellas de un grifo o fantasma,
con los
dientes cromados y las sardinas vegetales.
Un
sueño, sólo uno recuerdo:
Un
hombre corre en la claridad del día,
corre
sin detenerse,
corre
como un atleta en plena carrera.
La
luz del día es diáfana y estimulante,
el
hombre piensa: “¿a dónde quiero llegar?”,
la
meta está lejos,
en un rincón de su
cabeza.