lunes, 28 de enero de 2013

Hoy encontré algunos objetos


Encuentro en el brazo de un muñeco de Spiderman: el poder fractur-ado

 y en un cinta roja: la inocencia de una muñeca virgen.

Luego, caminando veo en el suelo una hebillita, de esas que usan las chicas para recogerse el cabello. Entonces me pregunto: ¿Cuántas cosas se pueden encontrar en la calle?
Hace tiempo encontré un diamante que es mi tesoro más preciado.

Camino impaciente buscando trofeos que eran de otros,

de personas que jamás he visto,
de las cuales no puedo imaginar su nombre.



Me parece extraño, pero sé el nombre de una muñeca intacta que desea ser poseída, que intenta, sin reservas, que alguien vea en ella a una mujer. La porcelana aún está fresca y su cabello rubio un poco chamuscado.
Sus labios de esmalte sintético quieren decir algo incomprensible: ¡petit amour!, kiss                                         
me now.


El nombre es lo que designa la identidad. El de ella es húmedo, algo mojado en el pétalo.

Frunce el ceño, se mira de costado
las costillas,
los pómulos,
las insipientes nalgas algo raquíticas.

Decido enfrentarme a vos debajo de un árbol y te sonrojás y luego te callás y me mirás decidida y me besás y me das cariño en una cinta
y yo no te olvido…, desde un rincón.


Todo es digno
hasta que me encuentro con una sombra malvada que me persigue sin descansar y le digo:

–Lo sé, estás ebria…, sos una Ninfa o una niña simpática. Me embruja tu seducción, tu oculto caramelo.

Abordo un cohete, sobresaltado, insatisfecho miro el cielo: está lejos, las nubes cerca. El oxígeno se acumula en el hipotálamo, en el hipopótamo, en el hipo: ¡Hip Hop, urra! ¡Hip Hop, urra! ¡Hip Hop, urra!

¡Help!


Muevo la cabeza,
suena cercana “Karnataki”,
¡estoy en Oriente!,
¡puedo ser feliz!,
respirar humo sano.

Ella está lejos, la escucho suspirar distorsionada y me conmueve su distorsión.

Pobre muñeca ro-ta,
su luz está en…

Silencio.




En la vereda verde
vacío,
sospecha,
mustia,
Pegaso.

Llega el Karma a la cama, lo trae el camarero de un camarote caminando en camiseta. Se detiene, me observa y me ve en el viejo camastro de plumas, tartamudeando la melodía de “Karnataki” que es algo así: pipiripi, tin, tin, tin, pom, pom, pom, piripipipi…

–Señor, efectivamente, estamos en la India.
–¿Aquí hay muñecas?

–Sí, hay muchas.

Sigo un sitar, bah, el sonido envolvente, las vibraciones de la Psique. Me refugio en mi bolsillo, donde aún conservo el brazo de Spiderman y la cinta roja y mi Crazy Diamond y el Rouge de esmalte sintético y el leve recuerdo del sabor.
Estoy lejos de mí, pero tan cerca de una doncella de porcelain, que me asfixia su imagen, su lujuria encapsulada en el vientre, su baile temático y el orgullo inocente de su pureza.
Doy vueltas por la habitación. Soy un caballero, alguien antiguo que respira el pasado. Me acerco a una señora, le compro una muñequita vestida de rosa con alas de hada mariposa y me despido. Abro la puerta y estoy en el jardín. Lo recuerdo, ella se llama: …….......

–Bonito nombre, ¿verdad?


No he mentido ni una sola vez y sé que no ha sido suficiente.
Se acerca de cerca un pompón y estornudo cachuzo,
entro sin desearlo en la cueva
y compruebo que allí soy feliz como en Oriente.

No estigmes mi ansiedad porque me encuentro pobre, sabés de mí por el Mito pero no escuchás el mirlo cantar en el Milenio.
Manchada de fiebre despierta la sombra ebria, e intenta robar mi hada mariposa, el vestido rosa se rompe en el tironeo y queda desnuda, tan indefensa como yo.

Al encuentro de una Dona, cuya luna descansa en una duna de otros metales no tan preciosos, percibo el objeto en vuelo, como un cross en la mandíbula. Al llano llego en letargo, simple retraso de mi andar, y acudo envenenado en llanto por haber perdido la llave de mi casa.
Estoy ante las puertas de Alcan, un bonito castillo en el cielo, y a mi lado mi diamante no respira. Seguro de que aquí está la muñeca de ojos de perla, prefiero no enfrentarme al gigante que espera detrás de ellas (las puertas) noche y día.
La humedad de tu nombre, que está embalsamado en una gota, se posa suave en un pétalo; mientras yo recojo chucherías del suelo. Soy el gigante charlatán, dueño de Alcan, miserable ante la ley y lacayo al devenir. Soporto el viento en la altura, respiro por dos, porque mi diamante está asfixiado y no se puede recuperar. La lluvia moja la chatarra que se achicharra con el chaparral.

El aroma de la tierra mojada:

-¡Chalay!

Exquisita producción de fotografías, holocausto de imágenes de márgenes de Marte, es el espejo de los sueños de una boba Madame.

Telenovela: traqueada, trepidada, trillada, troquelada, truncada.

Tartamudeo los silábicos fonemas de tu nombre
para explorar en ellos los colores,
los matices,
los píxeles,
el arco-iris de su génesis
y me doy cuenta que es muy fácil pronunciarlo.

Entonces me río  a carcajadas diciéndome a mí mismo: –Qué torpe que sos. Dejá que tu Crazy Diamond brille solo, él puede hacerlo, es hora de dejarlo en libertad–. Me doy cuenta de que tengo razón:

–¡Vuela!
–¡Vuela!
–¡Vuela!
–¡Vuela!
–¡Camon, vete a volar, sos libre! ¡Fuera de aquí tonto diamante!



Presagio:
El de encontrar objetos que no dicen nada y, a su vez, lo dicen todo;
porque el miedo es inevitable pero hay que afrontarlo para sentirse vivo
y respirar sin etiquetas.

Tar-ta-mu-de-o

el                                                             nombre                                                    de


mi presagio.

Llego libre al palacio (Alcan) donde no hay nadie, ni nada. Donde todo es pernicioso, porque es precisamente un vacío enviciado en vísceras de bisonte y el horizonte es un estrecho camino hasta mí. Como el efecto de un Boomerang me vuelve a pegar en la cabeza, un poco triste y desinteresada en quedarse con objetos que se puedan recordar, sin recordar de dónde o de quién provienen; simplemente por no saberlo es que estoy buscándolos, simplemente los recojo del suelo y me los llevo al bolsillo.

Un auto destartalado:
cuatro ruedas de goma
con sus respectivos ejes,
un motor a pila,
y un engranaje en el eje delantero
montado en un chasis de plástico negro.       
Los regalos son otra cosa:
un libro,
una tarjeta dedicada,
un auto de madera,
una o dos remeras y un cucurucho de helado.

Estoy aquí buscando objetos y no recuerdo tu nombre, lo lamento mucho. Me hubiera gustado deletrearlo, hacer de él un sonido, darle forma, musicalizar ideas.

Ideas.
Idas.
Días.
Frías y tristes aristas, simples descuidos que te dejan pensando en algo que no puede, que no debe ser concreto: Let it be.
Olvidá el diamante, dejá de mirar  por unos “ojos de calidoscopio”.
Tenés una bonita sonrisa y un sombrero y unas cuantas camisas y un montón de objetos por delante.  



Sólo sacudo la cabeza
y caen muchas cosas…


Clasificación de Objetos:

Objetos de poder: piedras, partes de superhéroes.
Objetos de velocidad: automóviles, ruedas, jets.
Objetos de superioridad (psique): libros, cuerdas, papers
Objetos de intimidad: cintas, muñequitos, figuritas, moños, tarjetas, máscaras.
Objetos de simpleza: revisión ontológica incompleta, inconsciente. 
Objetos inmediatos: manchas, sueños y montajes.


...Y estarás esperando the dark, pero yo te regalo mi mejor sonrisa. Te regalo lo que no le he dado a nadie; entonces te observo como nunca y me pierdo (sin perderme) en tus ojos negros y me aplico un correctivo a mí mismo y supongo la ventaja de ser, simplemente, lo que soy y no temo a serlo y me muerdo los labios por besarte y se me hace agua a la boca y saboreo el perfume de tu néctar, hasta embriagarme con tu estilo.

Aunque es de noche, la noche quedó atrás
 y escucho una canción timada al azar:


La superflua manzana
cara de doncella,
me llena de alegrías y tristezas
para suponer lo supuesto
sin final.

Encuadra el tiempo,
que nochebuena no existe.

Mi Personal Jesus
es oro falso,
es placebo,
es mentira.

Se derrite como plástico.
Se derrite,
                            derrite,
                                                   derrite,
                                                                          derrite,
                                                                                                 derrite,
                                                                                                                 de
                                                                                                                          rri
                                                                                                                                       te...
Hasta vos.
Como el agua que cae por una escalera.



¿Cuándo dejaré de recoger objetos?
¿Cuándo de amarte en silencio?



Me sepulto feliz en mi recinto. Todavía hay luz, se filtra por las persianas a medio abrir. Todo es magnífico desde aquí y todo es aunque no existe y existo a pesar de vos y de los objetos y del miedo y de la locura que me causa saber que todo es aunque no existe y que yo existo a pesar de vos y de los objetos y del miedo y de la locura que me causa saber que todo es aunque no existe y...

Yo soy lo que no soy y no soy otro, porque otro no es yo. Soy “objeto” y a la vez sujeto, soy concreto y a la vez abstracto, soy percepción y realidad. Debería tener algo que hacer para no ser sólo el que recoge objetos que otros desechan. Debería tener algo más digno para poder optar y no seguir reptando como un reptil en el desierto.
Soy Sahara:
arena que se acumula con el tiempo,
reloj sin pilas,
sin malla,
agujas,
objetos.

Sigo a la búsqueda de un sonido, el de tu nombre. Imagino la combinación de vocales y consonantes e improviso sonidos guturales (grugsr), un grito primal (¡aaaaah!).
Entonces, escucho, nuevamente, una canción timada al azar, una triste melodía ejecutada por la Prima Donna del tango o de la chacona:

Parapara…paraparapaparapapa… (Trompetas, guitarras y violines)

Es tu nombre un lamento,
es un signo de fuego
grabado en mi piel.
Me envenena las horas
saber que no te importa
todo mi querer.
Siempre me trae tu nombre
un recuerdo y reproche
de todo tu ser.

Chan, chan.


Sigo aquí buscando objetos y no recuerdo tu nombre. Lo lamento mucho, seguiré buscando. Me gustaría deletrearlo, hacer de él un sonido, darle forma, musicalizar (a partir de él) al menos una idea. Sé, por el momento, que sos una muñeca y eso es una pista.