“¿Quién soy?” había dejado de ser una
pregunta que me inquietara; porque, ya por aquel entonces, eso no tenía ninguna importancia. Es decir, este relato va a hablar
de otra cosa y no de esta pregunta existencial. ¿O acaso ustedes saben quiénes
son? ¿Se lo preguntaron alguna vez? Yo soy Raúl Bermúdez, eso es una obviedad,
lo autentifica mi documento.
“¿Qué sos vos, Bermúdez?”, me dijo la de Historia
en tercer año. Creo que esa fue la primera vez que alguien se animó a decírmelo
de frente, sin ningún tipo de rodeos ni tapujos. Yo notaba que en todas las
clases me miraba con desprecio. Nunca se dirigía a mí, sólo me nombraba para darme
los trabajos y los exámenes que por supuesto —para ella, claro— estaban siempre
mal, siempre me aplazaba. Pero ese día no se aguantó más y me lo preguntó así,
frente a todos mis compañeros.
Desde entonces, “¿Qué carajo sos?” era lo
que veía en el rostro de todos los que se detenían a mirarme: en la calle, en
el subte, en la escuela, en la verdulería, en una plaza, en el tren, en la
panadería, en el club, en… La situación me comenzó a incomodar y tuve miedo,
sobre todo cuando me miraba al espejo y veía, efectivamente, a otro, distinto. En esos momentos me daba
cuenta de que no eran sólo fantasías adolescentes, sino que yo en realidad era
extraño.
Por suerte a algunas personas yo no les
caía mal. No era un friki anti
social, para nada. Podía hablar con la gente y comunicarme lo más bien. Pero la
mirada de algunas personas me causaba miedo. Hasta que un día iba en el
colectivo, creo que estaba yendo a Cemento
a ver a Los Brujos, una vieja no me sacaba los ojos de encima, ¡una
cara de chusma tenía la muy zorra! Me acuerdo que le clavé la mirada con
intensidad y noté que se atemorizó mucho, quedó paralizada pero, de todas
formas, no me sacaba los ojos de encima. Mientras me bajaba del bondi en Constitución,
le grité: “¿Qué mirás, vieja chota?”. Pero antes de bajarme, me acerqué a ella
y pegó un saltó en el asiento; noté que le corría un sudor frío por su cuello muy
arrugado y colgante. Simplemente se quedó helada, sobre todo cuando le acerqué
la cara lo más cerca que pude y le dije: “¿Le pasa algo, señora?”. Después,
todo se fue de cauce, se hizo confuso, y ahí fue cuando le grite “Vieja chota”
y me bajé del colectivo como si nada. Ninguno de los pasajeros me dijo una
palabra, todos cerraron la boca. Yo me bajé tranquilo del bondi y caminé en
dirección a Estados Unidos.
Antes de llegar, en el kiosco que estaba a
la vuelta, me lo encontré a Charly, un loco que conocía de los recitales. “¿Qué
hacés, chabón?”, me dijo, y yo me acerqué y nos pusimos a charlar. Charlamos un
poco de todo: de música, de películas, de libros. Al toque compramos una
cerveza y un pancho. “Mirá lo que estoy leyendo”, me dijo Charly, y me extendió
un librito. Lo agarré, abrí la primera página y leí en silencio, mientras Charly
empinaba la botella.
“Cuando una mañana se despertó, Gregorio
Samsa, después de un sueño agitado, se encontró en su cama transformado en un espantoso
insecto…”.
“No lo conozco, ¿está bueno?”, le pregunté,
y él me dijo que sí, que estaba muy bueno. Bah, en realidad me dijo: “Es
reflashero”. Recuerdo que memoricé el nombre del libro, porque el del autor era
medio raro; y dos días después lo conseguí en una librería de usados, a buen
precio y estado. Lo devoré en un par de horas, me tiré en una plaza que había
cerca de mi casa y me lo leí todo de un tirón. Con el tiempo pensé que había
sido una indirecta de mi amigo, ¡justo recomendarme ese libro a mí! No me
sonaba a coincidencia, pero luego recapacité y me dije que seguramente lo había
hecho sin mala intención.
Claro que mi caso era diferente al de
Gregorio. Porque yo “Nací así”. Esa fue la respuesta que le di a la de Historia
con los ojos inyectados de sangre en aquella oportunidad y, desde ese día, fue
la respuesta que les daba a todas las personas que me lo preguntaban.
Simplemente, “Nací así”, les decía encogiéndome de hombros y cambiaba
rápidamente de tema.
Ustedes deben estar preguntándose ¿qué
pasaba con mi familia, si tengo una? o ¿por qué —en caso de tener padres— no les preguntaba
a ellos sobre mi origen? Desde muy chico comencé a dudar sobre mi identidad.
Había algo que me decía que no era hijo de mis padres, con sólo mirarlos a
ellos y a mí juntos, cualquiera se daba cuenta. Pero bueno, me llevó un tiempo
poder ponerlo en palabras, porque si algo había heredado o, en este caso,
aprendido de esas personas que me criaban, era cierta facilidad para la
negación. Sí, la negación. Ellos evitaban siempre el tema, me decían “¿Vos
estás loco, Raúl?, sos nuestro hijo a pesar de lo que diga la gente”.
Todo esto me siguió pasando hasta que un
día fuimos con Charly a ver a una banda que se llamaba Los Cometas. Hacían una música medio espacial, recolgada. Cuando
terminó el recital, se acercó el guitarrista, me preguntó cómo me llamaba y me
dijo si no quería salir en el próximo video. Le dije que sí, que no tenía ningún
problema. Le pregunté cómo se llamaba el tema y me dijo: “El renacuajo del
espacio está sediento”. En un principio lo miré medio mal. “¿Por quién me está
tomando, por un fenómeno?”, pensé; pero después le dije que sí, que no tenía
ningún problema.
A la semana me llaman por teléfono, era el
manager de Los Cometas. “Hola, ¿Raúl?,
¿cómo estás? Soy Guido, el manager de Los
Cometas”. Tres días después de la conversación telefónica, estaba en la
sala de ensayo para ultimar detalles. Llegué temprano para poder ver el ensayo,
nunca antes había visto uno. Cuando terminaron de ensayar, cayó el director del
video con dos minitas que iban a ser mis compañeras protagónicas y atrás de
ellos, el manager venía corriendo y gritaba sacudiendo un papelito con la mano
derecha en alto. “¡Lo conseguí, tengo el permiso para usar el Planetario!”.
Tomamos algo y hablamos sobre el video. Jhony, el cantante, me dijo sonriendo:
“Raúl, qué bueno que viniste, si no iba a tener que ponerme esta porquería en
la cabeza” y sacó de la funda de su guitarra una máscara del extraterrestre del
caso Roswell.
El video, no hace falta que lo cuente,
todos seguramente lo vieron por la televisión o en Internet, ¡ya es un clásico
de los videos rockeros! Ese trabajo me llevó a la fama.
A la semana de haberse estrenado en MTV,
llovieron los llamados laborales, las propuestas de trabajo eran de lo más
insólitas: desde hacer publicidades de insecticidas hasta ir a fiestas privadas
como sorpresa para los agasajados. Recuerdo muy bien una de esas fiestas: el
tipo era un fanático de las películas de Steven Spielberg, toda su vida había
soñado con tener un Encuentro cercano del
tercer tipo. En aquella oportunidad me di cuenta de por qué no me gustaban sus
películas. Por ejemplo, nunca había visto E.T.,
el muñeco me parecía un sacacorchos, algo muy desagradable.
Guido dejó de ser el manager de Los Cometas y se convirtió en mi
representante. De un día para otro tenía mi propio merchandising: muñequitos, figuritas, ¡“mi cara estaba en todas las
remeras”! Cuando mi fama era un hecho, una mañana me llama un colaborador de
Fabio Zerpa, el reconocido parapsicólogo quería realizarme una serie de
estudios que permitirían —según él— esclarecer mi origen alienígena, o al menos
saber si yo poseía ADN humano. Le dije que no, que gracias, pero no. Yo ya sabía
muy bien lo que era, era una Estrella.
Luego llegó Hollywood y los Oscar y todo
lo que ustedes ya saben.