jueves, 30 de octubre de 2008

Separación

No he dibujado un sol poniente,
sólo caballos ancestrales
que corren detrás de un apellido.

Ninguna tormenta es suficiente.
Estoy sano y busco a los caballos,
ellos me guían en la niebla.

Todos saben con qué se quedó:
con nada.

Él es un buen tipo,
sólo quería dibujar la velocidad de los equinos.

Ahora,
los dibujos están libres,
en otra parte.















Dibujo de Ariel Tenorio (mi hermano).

domingo, 26 de octubre de 2008

La cáscara

Una larva es la primera instancia en la vida de un insecto. Una larva insignificante podrá levantar cincuenta veces su peso en un corto plazo, cuando por fin logre ser. Una larva pegajosa, viscosa y repugnante, será un insecto de colores fuertes y super poderes. Una larva convertida en insecto puede tener su historia, por eso a continuación voy a contar la historia de un garabato[1]:

No he dejado de pensar, ni siquiera un minuto, en mi hábitat: el jardín de los Ramírez, en mi primer recuerdo de Coleóptero: el armazón pesado que envolvía mi cuerpo, la humedad de mis entrañas, el conflicto de mis alas córneas, la insensibilidad de mi dureza.
Todo el tiempo traté de correr hacia la luz y me choqué con piedras y supe ser torpe, ¡y que sí lo supe!; pero consciente de mi torpeza. Y luego, cuando me di cuenta que éramos millones en la misma situación, todos corriendo desesperados hacía el vacío, hacia la nada concreta de nuestros cuerpos empobrecidos por su hermetismo; soñé con miedo que era devorado por un ejercito de hormigas: lloré de bronca al saberme tan indefenso en mis articulaciones y por la inutilidad arrogante de poseer un falo siempre erecto y duro sobre mi cabeza, algo doblado, semejante a una pinza, que no sujetaba siquiera el espacio, ni el tiempo y que me exasperaba en la medida en que las cosas se iban haciendo líquidas y todo se me escapaba tan de repente.
No he escarabajeado[2] más que huellas al salir de un chiquero de estiércol alimenticio, arrastrando las patas por estar más pesado con mi estomago saciado hasta la nausea. No había vociferando ningún sonido más que el de mi silencio, no había participado de ninguna reunión que no fuera para pisotear cabezas y desmembrar cuerpos tan duros como el mío.
No había tenido un presentimiento inspirado en el viento, no había soportado el calor que produce el hermetismo de mi acorazado corazón; hasta que un día observé a un compañero luchando contra la dificultad que causa estar de espaldas sobre el suelo. Lo vi pelear desesperado por voltearse, y sus patas sacudiéndose lentas, pero a toda velocidad, tratando de aferrarse al aire para darse vuelta y poder volar, abrirse en alas: cuatro en total, pero dos que sólo funcionan de cubierta.
Entre los escasos recuerdos, que aún hoy, me laceran este otro cuerpo; recuerdo haberme acercado para tratar de ayudarlo: lo envestí con fuerza, y en mi torpeza, lo sujeté con mi cuerno (semejante a una pinza) hasta sentir su carne débil, su oleosa intimidad blancuzca; entonces, se me apareció su rostro pálido que suplicaba le diera a todo el ser, su ser, el fin definitivo. Porque de nada serviría ya, que lo pueda voltear cuando sus viscosidad era evidente, tan evidente como el sueño.
Me dio lástima: “pobre compañero...sólo trataba de seguir caminando siempre hacía adelante, siempre con el anhelo de atravesar el umbral de los siete colores”.
Recuerdo a aquel colega con mucha estima, y en su honor juré, ya hace algún tiempo, hacer lo imposible por no quedar nunca de espaldas, por tratar de no subestimar nuestra dureza, por tratar de ser más prolijo con mis garabatos. Comencé, por aquellos tiempos en los que hice el juramento, una búsqueda (que hoy llega a su fin) por los rincones más ininteligibles del ser y del mundo concreto, por todos los lugares que se conocen y que no, por todos aquellos recintos donde lo conciente y lo inconsciente se confunden y las cosas ya no son tal cual eran y los tiempos se convierten en eternidad y las cosas en objetos sujetados en el aire y en la respiración misma de lo animado y lo sin vida, lo que simultáneamente no se detiene ante ninguna perspectiva de ansiedades y sospechas.
Lo que les relataré a continuación es la suma de experiencias que fui recolectando a través de los años y de los umbrales de los años, en los racimos de espejos en los que se convierte el mundo después de despertar de una pesadilla, y sentir frío, y no ver nada que se parezca a un rompecabezas, sino que todo es un rompecabezas que se da vuelta para formar siete colores suspendidos en el cielo después de una tormenta.
Entumecido al ver o recordar a un amigo (que podría haber sido yo mismo), morir por mi propio cuerno. Verlo o recordarlo tan indefenso como yo en mi sueño: tratando de defenderme a pesar del defecto en mi tejido o cuerno de artillería, contra un ejercito organizado y ágil que me devoraba de apoco, pero con gran esmero, las zonas indefensas de mi estrategia de combate.
Quiero decir que me ha mudado de cuerpo la búsqueda y el conflicto: Una NATURALEZA que sabe escuchar los reclamos de los que resistimos y las suplicas de los que sufren con su torpeza.

Caminé por rincones y en cada ser me detuve:

Miré una semilla y fui corteza (demasiado duro),
un grano de arena y fui desierto (muy árido),
una rosa y fui rocío (frágil).
Por fin,
miré un axolotl y fui un niño:
Porque los axolotl eran como testigos de algo,
y a veces como horribles jueces.

Hasta ese momento no sabía que un cuerpo te delimitaba como sujeto y tampoco, que esa NATURALEZA que sabe escuchar los reclamos de los que resistimos y las suplicas de los que sufren con su torpeza, se llamaba Dios.
Nunca antes me había sentido tan cobarde e indefenso, nunca antes había sido lo que no era. Porque cuando fui lo otro, todo ya me era ajeno. Tan ajeno como un sin número de posibilidades.
¿Qué umbral atravesé aquel día perdido, intentando no caer al agua cristalina, observando a esa larva un poco más grande que yo, pero tan de roca: una roca rosada que transmitía la inmovilidad del mundo, las suplicas de todos los que no se saben satisfechos?
Imaginar, eso era lo que estaba tratando de hacer, recordar con la imaginación para no perder el lazo que me seguía uniendo al ego, a la sustancia primitiva de todo ser: que es seguramente una célula, la libélula transparente y andrajosa, lo que nunca se sabrá del origen.

Cuando las libélulas vuelan viene la lluvia y
cuando una larva reposa llega el momento de caminar.

El camino es difícil,
las rocas zigzaguean en remolinos:

Torpe me mareo,
intento no tocar el suelo desde el suelo
y
una rama se quiebra en silencio y mil voces pululan historietas de sonámbulo: es el lugar donde todos somos animales, es “un retorno a la ignorancia animal de lo prohibido”.
Como no encontré consuelo en ningún otro, en el cuerpo de ningún otro ser, volví a mi deposito; que hoy ya no es el mismo porque sabe del abandono que sufrió, sabe de los golpes y tiene esa memoria, algo perversa, que sólo saben tener los cuerpos.
Volver al estiércol fresco de la mañana, a mi hábitat, el jardín de los Ramírez, fue emocionante. Encontré todo en su lugar: las azaleas junto a la ventana, más allá de la pileta el sendero de enredaderas; junto al poste del farol (nuestro lugar de reunión) los malvones y las alegrías, sobre el gran nogal el nido de los gorriones y las torcazas; el acuario del pequeño con los axolotl a un costado de la puerta del parque; detrás, el rosal cubierto de pulgones esclavizados por las hormigas y en frente el tapete del perro con el perro y todas sus pulgas y parásitos.

No he intentado nuevamente ser otra cosa más que escarabajo. No he intentado aún, aunque lo actué (en formato cáscara), ser un insecto venenoso o demasiado horrendo. Tuve malas intenciones algunas veces, pero nada que no salga de lo razonablemente ilegible. Tuve angustias y sentí sed; en ocasiones intente ser más bueno y fracasé. Pero ahora sé que no soy más que un montón de palabras que no dicen nada para otros, tal vez por eso digo ser un garabato o un escarabajo, que para este caso es lo mismo, según un gran libro de palabras que para algunos no dicen nada y para los otros es ley sagradamente religiosa y pilar del hábitat donde les toca vivir: “Un retorno (imposible) a la ignorancia animal de lo prohibido”.


[1] Escarabajo: (lat. Scarabeus) insecto Coleóptero de color negro que se alimenta de estiércol. Cierto defecto de los tejidos y los cañones de artillería. Persona pequeña y de poca importancia. Rasgos y letras mal formados: garabatos. [2] Escarabajear: andar, moverse desordenadamente. Escribir haciendo garabatos, garabatear. Molestar, disgustar, fastidiar mucho.

Algunas Danzas

***

La prosa suave lo llamaba desde algún lugar.
¡Ahora, hoy, ya!:
tiene ganas de escribir una historia, una buena historia. Sabe que eso no es fácil, pero lo intenta. Intenta con unos recursos, pero no quiere ser moderno, eso no. En el fondo él sabe lo que quiere.
Quiere ver más allá, tener La Fija. Adelantarse a todos retrocediendo. Puede que a veces sea un farsante; puede que no.

Algunos papeles dicen:
En la cumbre, la altura se siente en la piel. En la altura, la cumbre se siente, ligera, en la piel. En la punta de los dedos, una brisa ligera, un escalofrío se expande. En la cumbre, la altura desvaría, la piel sonora, el ritmo monótono.
Oye las pisadas de grandes animales en el monte abierto. La sonoridad cercana y distante; el ritmo monótono que se desvanece con las quejas del ganado: las pisadas son oídas por él, que intenta, a toda costa, transportar el ganado sobre una superficie que a cada paso se le revela.
La cumbre en la piel, en la punta de los dedos, en todo el cuerpo, se le revela monótona, como el sonido de sus propios dolores. La piel habla en la cumbre. Los animales no le obedecen. La altura es una pendiente alta sobre el monte desprotegido,
casi monótono.

Es una linda historia pero hay que seguir...
Hoy llueve,
la lluvia cae

fría.
Él se detiene debajo,
se deja mojar,
trata de que el agua le penetre por los poros y le traiga novedades. Algo sobre qué escribir. Dicen que la escritura se hace con el cuerpo. Nunca pudo gritar, pero ya bebió licores fuertes y comió raíces. Ya miró ausente los jardines.

Pero siento que lo hizo en silencio.

¡Hay que sacar la voz, muchacho! Hay que sacarla afuera y arrojársela a otro por la cabeza. Claro, sin lastimar a nadie. La poesía no lo permite.

¿Cómo?
¿Nadie?
Querés escribir sobre nadie y nada. Pero algo hay que decir. ¿Se puede hacer eso?
¡Mirá qué loco!


****

pierdo el tiempo hablando solo
las palabras por sí solas no dicen nada
es lindo manipularlas
escupirlas para no atragantarse
siento que solo sirvo para hacer ejercicios
qué digo de mí
qué dicen mis palabras
busco respuestas en el aire tibio del verano
como agua en las alforjas
no sé...
a veces me gusta hablar de caballos:
caballo de medianoche
alado
en un pesebre andino
alturas nuevas
bases de madera
corcho
el ritmo que danza en la cumbre
la naturaleza
el aire
copos de nieve como pechos lechosos
el caballo que danza
danza
arabescos sobre el aire
en la cumbre
el sonido monótono