viernes, 16 de enero de 2015

Confesiones de un lector



     En el verano de 200* encontramos con G, en Parque Rivadavia, una edición de 1920 de una apología de la religión cristiana, que se publicó por primera vez en el año 1670 bajo el título de Pensamientos. En las primeras páginas del libro (no sé por qué a veces vienen en blanco) había una extraña dedicatoria de un antiguo dueño, que, por su contenido, parecía una carta:

“Córdoba, octubre de 1932
“Querida Matilde:
                           ”Necesito no sentirme tan solo, ser feliz por el sólo hecho de respirar y concebirme pleno; libre y liviano como una hoja en otoño. Además, creerme un héroe romántico para hacerle honor a mi apellido y consolarme pensando que debí haber nacido a finales del Siglo XVIII. Practicar los placeres de la contemplación del mundo, siendo lo que soy, alguien distinto al resto. Tratar de no combatir la frivolidad vanidosa de la mayoría, pero jamás aceptar un no. Pelear por ser aceptado y nunca perder mi sinceridad, por más que a los demás no les guste escucharme. No hacer que las personas me teman, cuando me presento ante ellas como un monstruo, porque al final me ven como un estúpido bufón. Ser fiel a mis ideas, tratando de lograr un equilibrio natural con mis pasiones e instintos. Ser un buen jugador de este juego que es la vida y no ensuciarme haciendo trampas perversas para sentirme superior. No abusar del buen uso de mi vocabulario, usando sólo cuando es necesario, la ironía y el sarcasmo. No perder el tiempo en fútiles razonamientos de laboratorio, para luego sujetar con fuerza inútiles hipótesis oníricas;  es decir, no abusar de mi espíritu soñador, ya que he comprobado que los sueños son tan frágiles que se desvanecen por la mañana, cuando estiro el brazo en el lecho y a mi lado no hay nadie. No aferrarme a imposibles que nunca se concretan, aunque debo aceptar que tengo una gran debilidad por los imposibles. No alimentar falsas esperanzas, porque como Salomón no encontró Ofir, yo tampoco encontraré mi lugar en el mundo.
     ”Matilde, tal vez, sólo necesite su amor, saberla mía. Porque usted es mi Reina (mi -----), la que prende su brasa en mi maceta, ¿nunca querrá contarme lo que usted sabe y yo ignoro?  
     ”Siempre suyo,
Rafael Méndez De Ascasubi”.

     Unos días después. Una vez que pudimos descifrar lo que decía (ya que la letra no era clara y las hojas parecían desquebrajarse a cada movimiento), nos dedicamos a meditar al respecto y comenzamos un juego que consistía en tratar de evocar lecturas, todas a las que el texto nos remitía; aunque después de un rato comenzamos a divagar, abusando de nuestros conocimientos que, por aquel entonces como estudiantes de letras que éramos, los creíamos imbatibles.
—En su libro Otras Inquisiciones, precisamente en “La Esfera de Pascal”, Borges nos dice que Jenófanes de Colofón propuso a los griegos un solo Dios, que era una esfera eterna. Esta idea fue cambiando con el transcurso del tiempo, para Pascal, que “... aborrecía el universo y hubiera querido adorar a Dios, pero Dios, para él, era menos real que el aborrecido universo. Deploró que no hablara el firmamento, comparó nuestra vida con la de náufragos en una isla desierta. Sintió el peso incesante del mundo físico, sintió vértigo, miedo y soledad, y los puso en otras palabras: ‘La naturaleza es una esfera infinita (espantosa), cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna’...”.
     Eso fue lo que dijo G y citó, increíblemente, el pasaje exacto, pero a mí me había remontado a otra parte. Pensé en Ofir… y de pronto me vino a la cabeza Rayuela de Julio Cortázar, fue allí donde leí sobre este lugar perdido. Luego, me detuve en la frase: “debí haber nacido a finales del Siglo XVIII” y recordé a Sartre.
     —¿Qué te parece El Proceso de Franz Kafka —preguntó G, gesticulando—, las idas y venidas de K durante su proceso ante la burocracia jurídica? ¿La modernidad? 
     Así fuimos pensando más y más relaciones, pero en un momento cavilamos en desistir, porque todos los autores que proponíamos eran contemporáneos o posteriores a la fecha de la dedicatoria.
     —¡Ya sé! —dije de pronto—, Temor y Temblor de Kierkegaard, mejor aún, Diario de un seductor: el estilo epistolar y la suplica poética y patéticamente ingeniosa para conquistar a una mujer. O… ¿qué te parece la renuncia del amor por culpa de la Verdad?
     —Para mí tiene más aspecto de Werther, se nota casi al final. Es como un vaticinio de un suicidio: “…yo tampoco encontraré mi lugar en el mundo”.
     —Pero nada sabemos al respecto —le contesté a mi amigo—. Podría ser como no. Aunque es verdad que me llama la atención ese antiguo tono romántico. ¿Sabés que Roland Barthes habla de esto en su libro Fragmentos de un Discurso Amoroso? Postula cómo han ganado terreno otros discursos como el Marxismo y el Psicoanálisis y se ha dejado de lado el discurso del amor. Además, no te olvides que es un trabajo teórico que toma como punto de partida, precisamente, el Werther de Goethe.
     —¿Y vos sabés lo que dijo Oliverio Girondo sobre el amor? —me preguntó G.
     —No.
      —“¿Qué nos impediría usar de las virtudes y de los vicios como si fueran ropa limpia, convenir en que el amor no es un narcótico para el uso exclusivo de los imbéciles y ser capaces de pasar junto a la felicidad haciéndonos los distraídos?”.
     —Volviendo al final —dije—, ¡me parece que Rafael quería ser Vidente!
     —Es verdad, es Rimbaud casi textual. ¿Qué habrá omitido en los paréntesis?
     —Está claro: “¡Bruja!”. Cada raya coincide con una letra y son cinco en total.
     —Tenés razón, no me había dado cuenta.
     —Podría ser también que Rafael haya leído Niebla de Miguel De Unamuno. Fijate, volviendo a Kierkegaard,  que está buscando algo imposible.  Además, como habla del buen uso del vocabulario y del abuso de la ironía y del sarcasmo...
     —¿Qué tiene que ver? —me respondió intrigado.
     —La generación del 98’ quería que el pueblo español salga de la ignorancia, pero no proponían un cambio económico. Es decir, eran liberales, querían darle un poco de saber a los españoles para que entiendan sus creaciones literarias, pero nada de cambiar las condiciones y relaciones económicas. Podrías leer Del sentimiento trágico de la vida y el prólogo de Niebla.
     —Ya entiendo es como lo que me pasa a mí: Soy pobre, pero si alguien me pide que haga algunas analogías partiendo de una palabra como “Ulises”, yo puedo relacionar y decir: héroe de las novelas épicas de Homero La Odisea y La Ilíada, que peleó con valor en la guerra de Troya y que su esposa Penélope lo esperó tejiendo hasta que él regresó a su hogar. También, es el nombre de la novela (monólogo interior) del escritor irlandés James Joyce, novela que instauró una nueva forma de concebir la literatura contemporánea...
     Reímos un rato y tomamos mate toda la tarde, mientras seguíamos elucubrando algunas hipótesis sobre la carta.
     Una vez que estuve solo, volví a reflexionar sobre la dedicatoria de Rafael Méndez De Ascasubi y…
pensé en mí y…
me hice un montón de preguntas sin respuestas y…
caí cansado en el sofá para seguir preguntándome: ¿Si soy un particular que está por encima de lo general, soy parte de lo absoluto? ¿Si en mi condición de general estoy por debajo de un particular, no puedo acceder a lo absoluto? ¿Lo absoluto no es la suma de todo, por ende, la suma de lo particular no es lo general? ¿Lo general no es parte de lo absoluto?, etc.
     Después de un rato, me levanté eufórico del sofá, fui hasta la biblioteca y tomé instintivamente La Nausea de Jean Paul Sartre. Lo abrí, si no recuerdo mal, en la escena donde el protagonista está sentado en el parque mirando los grandes y frondosos árboles. Especialmente se detiene en las raíces, que surgen del suelo en protuberancias gruesas y deformes.
En ese momento, se apoderó de mí la nausea, fue como si se hubiera escapado del libro para estrangularme. Me arrebató toda voluntad física y me pregunté una vez más, con lágrimas en los ojos y casi suplicando: ¿Cómo pude no sentir que la eternidad, anhelada con amor por tantos poetas, es un artificio espléndido que nos libra, siquiera de manera fugaz, de la intolerable opresión de lo sucesivo? ¿Dónde está “el pueril reverso de las cosas”?
     Volví a caer en el sofá. Me hubiera gustado el sueño. Esperé a Lewis Carrol, a Gérard de Nerval, al Conde de Lautréamont, a Charles Baudelaire, a Edgar Allan Poe; para obtener, aunque sea, una pequeña y fútil respuesta. Pero no apareció ninguno de ellos. El único que se dignó a venir fue Antonin Artaud: vi “todo su rostro, su cuerpo fríamente vitrificado en el que podía leer sin comprender nada”. De pronto, una luz de fin del mundo invadió poco a poco mi pensamiento.   
    Salí a la calle. Ya era de noche, caminé hasta el bar de Jorge y me encontré con algunos amigos...                


Mayo de 2006

4 comentarios:

Unknown dijo...

Cuando te expresas así con tanto sentimiento, y me llegas al alma, me digo que poco te conozco Hernan,,,por que me sentido así miles de veces y es ahí que me digo por que no hacer la carrera de Letras? jajajja sueños que ya son lejanos para mi...en otra vida tal vez...


Sonia....

Hernán Tenorio dijo...

¡Sonia, gracias, como siempre, por tu comentario!!!! Nunca es tarde para nada... ¡Abrazos!

bessi dijo...

ME ENCANTÓ SOBRE TODO EL LUGAR DE DONDE PARTE EL ANALISIS, REFLEXIONES QUE SE DISPARAN EN MULTIPLES DIRECCIONES A PARTIR DE LA CARTA EN UN LIBRO VIEJO, HAY TODA UNA TRADICION QUE APRTE DE UN MANUSCRITO COMO PRETEXTO PARA HACER LITERATURA, MUY BUENO HERNMAN

Hernán Tenorio dijo...

Gracias, Bessi, por el comentario!!!