Sí ─como
el argentino afirma en El Golem─,
somos
prisioneros en una red de sonidos:
esta
casa que me habita es mi lengua
y
está okupada.
Los
otros inquilinos no saben lo que cuesta
ser
parte de lo íntimo, del soma/espíritu
o
muñeco articulado.
Quiero
morderme la casa
y que
sangre amorfa la foca,
la
boca donde duermo,
donde
me tragan.
Sangre
y lengua se confunden
y
ensucian
el
ágrafo terreno.
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